De recuerdos y lunas

El cartero les desea…

Vivimos tiempo de deseos. Vivimos en época de ilusiones. Es Navidad. Y la Navidad nos invita a mirar el horizonte y los cielos. Es menester que no se nos muera este espíritu de luz con tanto tirar de tarjeta. Y es en este tiempo de deseos donde se refugia, entre otras, una esperanza mía. Porque deseo que, aprovechando estas fechas amorosas, el cuerpo de Correos reedite la costumbre de darnos las felices pascuas navideñas. Aunque sea pidiéndonos el aguilando. Deseo esto por si, de paso, el cartero me trae las cartas que no me trae.
Desde que vivo en la Ocarasa, partida y barrio de la Orihuela del Señor –y ya va para un sexenio– el cuerpo de Correos, más que darme las Pascuas, me hace la pascua. Grandemente. Que aquí no parece cuerpo entero sino tarado, desvertebrado, desorden de extremidades sueltas y desorientadas. Realidad que, para mí, es abandono y mucho padecer. Es ésta una de las penas que peor llevo desde que me vine a estas humedades con mi familia. Porque el correo, cuando me lo entregan, me lo entregan por sacas. Acumulado tras semanas y semanas de silencio. A veces ha pasado más de un mes sin que el cartero visite mi buzón; y luego, lógicamente, el buzón aparece rebosado, atiborrado y vomitón. Entonces mi labor es labor archivística comprobando cómo cartas facturadas en la misma plaza han tardado dos o tres semanas en recorrer unas pocas calles que yo recorro con mis hijas en menos de cinco minutos. Esta es la prueba del algodón que nos muestra la suciedad de un servicio que a mí no me sirve. Valga también, para ilustración de lo que venimos diciendo, el siguiente ejemplo: A poco de venirnos aquí me suscribí al semanario comarcal CANFALI con la intención de no perder contacto con Villena. Pues bien, los CANFALI me llegaban de cuatro en cuatro, o hasta de cinco en cinco. Esto es, los acumulaban para el reparto. Todos juntos. Yo veía en el matasellos que de Villena cada periódico había salido puntual, en su fecha de edición para que me llegara el ejemplar en la misma semana. Nunca fue así y llegué a creer que entre Villena y Orihuela había un abismo postal, un agujero negro, un laberinto que retrasaba la correspondencia. Sin remedio. Por ello, y con mucho dolor, tuve que renunciar a la suscripción que era inútil, porque me resultaba más eficaz comprar el periódico cada vez que iba a Villena. Cosa que hacía con más frecuencia que con la que el correo llegaba a casa.

Y es por lo mismo reseñado, que algunas invitaciones a actos diversos, tanto en Villena como en la misma Orihuela, me llegan cuando ya han tenido lugar. Así, en algunos casos he tenido y tengo que pedir disculpas y presentar excusas por no haber ido a actividades de obligada asistencia al mediar amistad u obligación con los protagonistas.

Es por lo descrito, en este tiempo de deseos y esperanzas, por lo que quisiera que viniera a felicitarme el cartero cuantas veces quiera, para decirle lo contento que estoy de verlo. Y que si quiere turrón podría venir todos los días, que yo con tal de estar unido a las cosas del mundo que me gustan lo tendría regalado todo el año. Y que no me reiré nunca de su camisa amarilla. Turrón del que quiera. Turrón de Alicante, turrón de Jijona. De ese aceitosico que te mancha los dedos y te limpia el alma porque es delicia de dioses. Y yo, harto feliz, a leer las cartas que tanto querido me traen.

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