El Volapié

El día de los muertos

Por mucho que algunos crean que la vida sigue existiendo después de la muerte, hasta los más creyentes tratan de eludirla, le rinden pleitesía a e incluso en algunos casos rozan la necrofilia. En los cementerios se pueden ver –sin generalizar– a algunos que hacen por los muertos lo que no fueron capaces de hacer por los finados mientras estos estaban vivos, y siempre hablamos bien de ellos porque son a los únicos que no envidiamos.
José Bergamín –escritor, ensayista, dramaturgo y poeta–, amigo y discípulo de Miguel de Unamuno, colega y colaborador de Juan Ramón Jiménez, católico y comunista –con los comunistas hasta la muerte pero ni un paso más, decía–, era por encima de todo un aficionado sibarita a los toros. Taurófilo y taurómaco, afirmaba que “el arte mágico y prodigioso de torear, tiene también su música. Por dentro y por fuera, y es lo mejor que tiene. Música para los ojos del alma y para el oído del corazón, que es el tercer oído del que nos habló Nietzsche: el que escucha las armonías superiores”.

En su libro de 1974, Ilustración y Estética del Toreo, hace una glosa tan honda como apasionada de algo de apariencia trivial, pero metafísico, como es la esencia del toreo y su proyección sobre aspectos cotidianos de la vida. Incluida la muerte, que celebramos por estos días próximos al primero de noviembre.

Dice Bergamín que "el predominio de la línea curva y la rapidez son valores vivos de todo arte. El de la lentitud y la línea recta, son valores muertos invertidos. La línea curva compromete al dibujante, obligándole a ser expresivo; es decir, a pensar, a ser dibujante, a tener estilo. Y es o no es: no hay trampa posible. El mal dibujante, por el contrario (mal torero, pensador, artista...), se defiende con líneas rectas tangenciales: se sale por ellas engañosamente; no se atreve a comprometerse, y hace trampas morales, trampas con rectitud".

Rectitud con mayúsculas fue lo que caracterizó al maestro Santiago Martín “El Viti”, uno de los toreros más grandiosos de la historia, que salió triunfantemente vivo de una carrera de alto riesgo de muerte y que me ha honrado con su apadrinamiento universitario.

Desde José Cándido -el primer diestro que se considera muerto por asta de toro en lidia ordinaria-, pasando por Pepe-Hillo y Perrucho, Pepete, El Espartero, Dominguín, Corchaíto, Joselito el Gallo, Manolo Granero, Litri, Gitanillo de Triana, Ignacio Sánchez Mejías, Manolete, Paquirri y El Yiyo, por citar sólo los más significativos y en representación de todos, hasta llegar a los más recientes toreros de plata fallecidos Ramón Soto Vargas y Manolo Montoliu, todos ellos son merecedores del recuerdo de los aficionados y del descanso eterno. Sea cual sea la forma y el color del dichoso descanso eterno.

Me despido cargando la suerte por Bergamín y recomendando su lectura: “El toreo es un doble ejercicio físico y metafísico de integración espiritual en el que se valora el significado de lo humano heroicamente o puramente: en cuerpo y alma, aparentemente inmortal”.

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