Vida de perros

El famoso 20D

El caso es que con esto de ir viviendo puede que, por más que nos pese, uno se encuentre con que tiene casi cuarenta años; y puede que además no hace tantos que entre una cosa y otra haya tomado la decisión de inmiscuirse en aquello de la política. Creedme si os digo que para eso no se nace (no necesariamente, no como se nace con un talento: el cante, la danza, la plástica, el teatro…). Hay gente que llegamos a la política simplemente porque no soportamos el modo en que se organiza o se intenta organizar nuestras vidas, y descubrimos que ese es el instrumento para remediarlo.
Hay quienes entran en la política por vocación. Hay quienes entran en la política por profesión. Y hay quienes entran en la política por convicción: frente a la injusticia social, o frente al sometimiento de su persona ante la mayoría. Hay quienes entran a la política simplemente porque creen que merece la pena luchar por un mundo posible. Y entonces entran en el proceso electoral, mediante un partido político afín, donde encuentran a otras personas que piensan igual o casi igual. Y entonces, exponiendo públicamente una pureza más o menos inmaculada, se enfrentan a una batalla donde se dirime cuál es el rumbo que se ha de tomar para conseguir una sociedad más habitable.

Yo voté el pasado domingo a Alberto Garzón (Unidad Popular-Izquierda Unida) para alcanzar apenas la miserable cifra de dos puestos en el congreso. Yo lo voté y lo volvería a votar el próximo fin de semana aunque conociera el resultado. Porque me parece que las propuestas que representa solo piensan en el bienestar social, en la justicia social. Porque me parece que es el portavoz de un proyecto que apuesta con valentía por un cambio histórico en nuestro país. Es decir, por una ruptura con un mecanicismo que no nos atraído más que problemas y que ha sesgado la sociedad facilitando una mayor diferencia los distintos estratos sociales.

He de felicitar, queridas personas, no sé a quién todavía: todos los grupos han ganado, of course. Pero no puedo renunciar a la lucha por alcanzar una sociedad que piense en la armonía, en la vida. Pese a pecar de individualista diré que nadie ha conseguido convencerme de que las personas, mujeres y hombres, los animales y la tierra, son menos importantes que los cientos de millones que puede ganar o perder una empresa de no sé dónde a causa de sus apuestas bursátiles. No entiendo por qué deberíamos doblegarnos y condicionar nuestras vidas, nuestras tierras, nuestros alimentos, por razones que no fueran absolutamente propias de nuestra naturaleza.

Pero bien, he de entender que no todas las personas tenemos que pensar igual. Que las fichas ya están en el tablero y que la decisión mayoritaria es jugar a un juego donde la mayoría partimos con desventaja, y donde la minoría, por apellido o por gracia divina, ostenta un poder más allá de cualquier moralidad.

Es evidente que, por fortuna, habrá personas que seguirán luchando, que no doblegarán su individualidad ni sus ideas ante la cómoda homogeneidad que exige un sistema piramidal. Personas que piensen en el mañana, que se asqueen de esos señores y esas señoras que se reúnen en palacios a discutir si deben evitar que aumente en dos grados la temperatura del planeta. Señores y señoras feudales, con patrimonios millonarios, que deciden si bombardear un país extranjero, que deciden si acoger a personas a las que han robado sus pertenencias y libertad, y que deciden si se debe violar la tierra o el mar para buscar petróleo o gas a costa de provocar terremotos o derrumbes que destrocen mi casa o la tuya por el bien del capital de una empresa privada.

Estoy más bien triste tras este famoso 20D. Todavía no tengo una televisión plana de cuarenta y tantas pulgadas en casa. La cultura me es cada vez más inaccesible. Veo familias ahogadas en una pobreza infame. Anuncian una guerra sin cuartel. La educación no es una prioridad, ni la atención a las personas más necesitadas. No quiero ser cenizo, no quiero pensar en la desertización, evito recordar ya no “1984” o “Un mundo feliz” sino una “Cúpula del Trueno”, o unos “Juegos del hambre”.

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