De recuerdos y lunas

El probe Miguel

Ni en la vida ni en la muerte ha tenido suerte Miguel Hernández. En la vida por ser carnaza de la derrota, chicha de las rapaces de la Victoria –así con mayúscula la escribieron– que no procuraron la pronta reconciliación contra quienes apostaron fuerte en la Segunda República y en la Guerra, todo y a una, como Miguel Hernández apostó perdiendo. En la muerte, por ser carroña de algunos que alimentándose de su memoria enarbolan al poeta desconociendo las más de las veces su poesía. O importándoles ésta una higa.

Algunos que se postulan como hernandianos y se camuflan entre sensibilidades literarias maltratan los versos que ignoran. Incluso hay quienes creen que por ósmosis ambiental, por haber nacido en la misma tierra que nació Miguel Hernández Gilabert, tienen por ello suficiente autoridad para hablar del poeta al que llaman familiarmente sin apellidos, creyendo que Miguel Hernández es suyo y de nadie más.

Seguimos acercándonos a Miguel Hernández desde la camaradería del paisanaje, seguimos alejándonos de Miguel Hernández desde prejuicios ideológicos. Mientras, su poesía en particular y su obra en general (teatro, artículos del frente, correspondencia) nos queda lejana, aun con el esfuerzo editorial que se ha hecho en el centenario como la estupenda edición de Espasa y del Ministerio de Cultura. Seguimos moviéndonos con tópicos y el poeta no nos llega como poeta, acaso como hombre intensamente vivo que fue.

José Luis Zerón me hizo llegar un inteligente artículo titulado "Miguel Hernández: Luces y sombras" que le publicaron en "Lunas de papel" (nº 2, primavera-verano 2008). Aquí el poeta vivo, Zerón, se duele del poeta muerto porque no lo ve en las nuevas generaciones de poetas. No escucha en ellos sus ecos. Y aquí mide el poeta Zerón la mayor o menor universalidad de Miguel Hernández. La reivindicación de Zerón no es reivindicación paleta o pueblerina de lo local. Él sabe de la dimensión universal del poeta muerto y le gustaría verlo más vivo. Le gustaría verlo empapar algo de la nueva poesía. Pero esto aún no es. Y si es verdad que no tiene por qué un escritor valer más o menos en función de su influjo, esto sí que mide su vigencia que por lo que entiendo es lo que preocupa honradamente a Zerón.

La vigencia de Miguel Hernández tiene que ser posible porque es un poeta que nos comunica eternidades. Y es un poeta que nos puede servir todavía para decir, para enseñarnos a decir, a los que anhelamos ser poetas. Pero quizás, como apuntó con acierto el catedrático Prieto de Paula (Información, 5.03.2002), pueda ser que Miguel Hernández aún sea "en la cárcel de su biografía" y esto nos lleve a entretenernos en las cabras o en las cagarrutas de las cabras reduciendo lo universal a la higuera. Por otro lado, también está lo de este verano de la concejala de Cultura en Orihuela que parece que todavía no ha comprendido el valor excepcional de la obra hernandiana y parece ver todo lo relacionado con el poeta como si se tratara de promocionar a un joven promesa que se acerca al Ayuntamiento a mendigar un billete que le lleve en tren a Madrid. Para darse a conocer. O alguna ayuda para publicar. Aquí la cortedad de miras –si no la zafiedad– duele. Si como oriolano que dicen que soy me debiera algo Miguel Hernández –la concejala dijo que "ningún oriolano le debe nada a Miguel Hernández. Más bien al revés. Es grande porque sus conciudadanos lo hacen grande."–, se lo perdono todo. Pagado estoy sobradamente con un verso: "De recuerdos y lunas". Entonces le debo.

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