Al Reselico

Expedición Collarada. Una mentira piadosa

Historias del Pirineo. Episodio II

Imagínense ustedes el cuadro. Ese fin de semana de julio. Ese grupo de amigos que se proponen subir una montaña en los Pirineos. Ese viaje hasta Jaca con su parada obligatoria en Monreal del Campo. Esa cima del Collarada que aparece en el horizonte. Esa marcha viernes tarde hasta el Ibón de Ip. Esas fotos en la presa, cena a la luz de las linternas y partida al Chinchón. Esa noche dentro de los sacos de dormir, mientras unos roncan y otros no pegan ojo preocupados por los ratones. Ese madrugón para coger la ruta más directa hacía la cima… Y ese “guía” que se equivoca de camino. Y que mete a sus colegas, algunos sin mucha experiencia en montaña, por la canal que no era, por el trayecto más largo, empinado y difícil. Y esa subida a cara de perro por una escarpada pendiente. Y ese pedregal suelto e insufrible. Y esos tropiezos y caídas y resbalones y piedras que ruedan sin freno ladera abajo. Y esa impresión de que un par de esos amigos van a salir de allí reventados, magullados y odiando a alguien muy fuerte.

Risas, bromas y agujetas, disfrutando de un viaje a Pirineos entre amigos

Ahora imagínense la cara del “guía” esperando a los demás en lo alto del collado de Ip. A su alrededor la mañana luce perfecta, mostrando los Pirineos en todo su esplendor. Un estupendo día de montaña. Y la duda. Y esos compañeros que le seguían hasta hace un rato que no aparecen detrás suyo. Y esa sensación de que por donde había subido esta vez no le sonaba mucho de su ascensión anterior. Y ese sentimiento mientras trepaba de que esta ruta, sin ser peligrosa, como que era más fea y difícil. Y ese mapa que sale de su mochila y que no le quita el titubeo y la incertidumbre. Y ese grito que viene de la canal y suena con eco entre las rocas, MECAGOENTOAMIESTIRPEEE. Y esos ojos que se le salen de sus órbitas cuando se asoma por la pendiente y allá abajo ve a sus colegas, agarrados cual lapas a las rocas, mientras intentan remontar poco a poco la empinada brecha que él les ha indicado como camino a seguir. Y esa certeza instantánea e irrefutable de que la ha cagado bien cagada. Y ese Suso que va llegando a su lado, sudoroso pero entero y percibe que quién ha subido primero está titubeando porque no para de mirar el GPS y los hitos a su alrededor. Y esa pregunta fatídica: “¿Hemos subido bien, no Román?”. Y tú que ves a Pablo a punto de alcanzar el collado con cara de pocos amigos y allá abajo a Ferry y a Rulo luchando desesperados por avanzar y sobrevivir, tomas aire, respiras hondo y respondes sonriendo: “Cojonudo Suso. Hemos subido cojonudo”.

Y ese “guía” que se equivoca de camino y mete a sus amigos por la ruta más empinada y difícil

Y ahora imagínense que hubiera ocurrido lo contrario. Que en el curso de esa aventura pirenaica, conforme hubieran ido llegando a la cima, el buen amigo Javier hubiera confesado que, por un pequeño despiste de cálculo y dislexia, los había llevado por la ruta de la izquierda cuando realmente tendrían que haber subido por la canal de la derecha. Que, por una minúscula equivocación momentánea, les había metido por el camino más jodido y más largo. Calculen la que le hubiera caído: Ese Miguel explicándole las aplicaciones, mapas y trucos con los que hubiera podido evitar su imperdonable desliz, ese Ferry mirándole en silencio, con ojos de “ya me decía Raquel que no se me ocurriera subir con esta gente”, ese Andrés lanzándole pullitas y cachondeándose por su error, ese Suso achacándole con tacto y educación (pero muchas veces) su conducta irresponsable, ese Pablo gritándole que se abortaba la misión y que a partir de ese momento le siguieran a él, directos hasta el refugio de la Trapa, el Trapal o como leches se llamara y ese Rulo que, directamente, hubiera intentado agredirle físicamente. Así que el buen amigo Javier decidió callarse su mentira piadosa, por puro instinto de supervivencia, porque estaba convencido que de haber confesado, lo más probable es que en ese mismo momento su cuadrilla hubiera decidido, entre todos, devolverlo de regreso hasta debajo de la montaña, de un ligero y fortuito empujón.

Decidí callarme mi mentira piadosa por puro instinto de supervivencia

El resto de la ruta transcurrió como la seda y llegamos sin más complicaciones ni problemas a la cima del Collarada. 2.886 metros de altura que coronan el valle del Aragón y que dibujan su silueta sobre Villanúa, aquel sitio de campamentos del que hablé la semana pasada. Todos gozamos con las espectaculares vistas y nos emocionamos de estar allí por fin, tras tantos años viendo esa imponente cumbre desde sus faldas. Luego descendimos sin sobresaltos hasta el hotel y, tras la necesaria ducha, pasamos juntos un par de días más por Pirineos, con risas, bromas y agujetas, disfrutando de un viaje entre buenos amigos.

Por estas fechas hace justo un año de aquello y aún no le había confesado a ninguno mi pequeña mentira piadosa. Me perece divertido que se enteren así, al mismo tiempo que el resto de la humanidad. Les pagaré unas cañas y les suplicaré perdón. De todos modos, ya no van a tirarme de lo alto de ninguna montaña porque, como confesó esa noche Rulo, cenando en el Biarritz: “Chavales que sí, que ha estado muy bien y tal, pero dejaos de aventuras. Para el año que viene ya he reservao en Marina D´Or”.

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