De recuerdos y lunas

Hacia el Universo

"Jamás los crepúsculos vencerán a las auroras" escribió Apollinaire abriéndonos la confianza hacia lo porvenir. "Asombrémonos de las tardes pero vivamos las mañanas", nos invitaba el poeta experto en atardeceres y alboradas. "Despreciemos lo inmutable como la piedra o el oro" insistía –"Manantiales que se agotarán"– contra lo definitivo y lo caduco. Y cerraba los versos deseando lo mudable: "Que yo remoje mis manos / en la ola feliz".

Son versos que recuerdo cuando muchos jóvenes por estas fechas cierran una etapa escolar, bien la de la ESO, bien la del Bachillerato. Especialmente me ocupan y preocupan hoy los que acaban Bachillerato, aparte de porque este curso he estado muy cerca de ellos, porque aquí sí que hay un paso hacia otro lugar, alejándose de las compañías de siempre, alejándose de los calores cotidianos de siempre, alejándose incluso de la familia de siempre para abrirse, en la Universidad, a nuevos universos. Por esto aprecio las palabras del poeta que hizo de la Gran Guerra, la que le mató, poesía. Palabras que frente a lo que acaba –el crepúsculo– nos invitan a mirar a lo que nace, la aurora. Sin desdeñar asombros por el atardecer donde también residen bellezas y misterios.

Cuando nació Teresa escribí "Inventario desde la luz", reflexiones donde a modo de arqueo y carta yo quería abrirle el mundo invitándole a apreciar todo lo que el mundo nos ofrece. Entonces todo empezaba. Para Teresa como recién nacida. Para nosotros como padres. Ahora, pensando en quienes acaban Bachillerato, no todo es porvenir porque vivido lo vivido hay pasado y se siente que algo acaba. Pero sin menospreciar lo pasado –¡Cómo va a menospreciar lo pasado quien siente vocación por historiar!–, hay que mirar hacia adelante. Es verdad que muchas veces no apreciamos bien lo que hay en la lejanía, esperándonos en el horizonte. Y la incertidumbre nos produce desasosiego, pero no hay que temer lo que intuimos, hay que ir hacia adelante para ver.

He estado unos días, acompañando a los alumnos en la Prueba de Acceso a la Universidad, oseando nervios. Y aquí los he visto capaces porque les importaba, no sólo aprobar, sino hacerlo bien. Demostrar que son competentes. Y lo que yo he visto estos días es el amor propio y el amor al saber. Esto satisface porque son estas las piedras angulares que los profesores venimos apuntalando años y años sobre educandos. Por esto, aunque me suelo quejar, yo no tengo muchos reproches a esta juventud que yo conozco. Sus defectos son lo que nuestra sociedad les lega, por ello los espero rebeldes contra nuestras hipocresías.

Sí, soy consciente de que al finalizar una etapa tenemos la sensación de que aparece un abismo delante de los pies en una margen resbaladiza: Un despeñadero. Algo así escribí hace unos años para alumnos que terminaban el COU. "Pies sobre musgo –les decía–, es el vértigo mojado de la responsabilidad a veces lágrima, es el mareo, es la sensación de vómito y el vómito ante el tener que elegir ante todo lo que nos espera. Sí, qué agobio. Pero qué envidia" —terminaba aquel texto. Pero insisto, si deseo con el poeta esa vida de amanecer y no de crepúsculo, no menosprecio el recuento. Especialmente cuando éste sirve para ser memoria de otros. Porque creciendo también nos damos cuenta de que perdemos gentes en los caminos, a veces arrebatados con violencia por los dioses celosos de los hombres y mujeres especialmente jóvenes. Es así como nos los arrancan puteándonos mucho. Pero estoy seguro de que estos que se nos fueron antes nos esperan en los amaneceres del Universo.

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