Opinión

¡Hasta siempre, La Celada!

Es hora de reivindicar la Escuela como casilla de salida del juego al que todos estamos obligados a jugar, que es el vivir

El sábado 22 de junio vivimos una tarde de sentimientos encontrados. Los alumnos y alumnas de 6º del Colegio La Celada celebraron su acto de graduación, con el que la promoción 2010-2019 de este colegio público  da por finalizada su etapa de primaria para convertirse a partir de septiembre en estudiantes  de Secundaria Obligatoria.

Personalmente, después de quince años ininterrumpidos de venir a diario a este colegio, el más pequeño de mis hijos ha dejado atrás su época de Primaria y, tras la valla de La Celada, se quedan multitud de pequeños recuerdos  y otros momentos de mayor calado. Pero sobre todo, la sensación de tempus fugit que nos embarga cuando comprobamos lo deprisa que se escurre el tiempo, la rapidez con que la vida se escapa entre nuestros dedos y lo importante que es vivir cada momento con atención plena porque ni se repite ni regresa nunca más.

En estos quince años hemos visto diversos cambios de dirección en el rumbo del colegio La Celada, hemos conocido tres directoras: Marisol Rodríguez, Isabel Gómez y la que ejerce en la actualidad, Mª Carmen Martínez,  todas ellas arropadas por  sus equipos directivos, personal docente  que ha dedicado parte de su tiempo a intentar mejorar el funcionamiento del centro y en consecuencia la vida académica del alumnado. Gracias a todos ellos y también al resto de maestros y maestras que sin haber realizado este tipo de tareas, han llevado adelante, la más  importante y desde luego fundamental para un colegio, que es la de educar y enseñar  a nuestros hijos e hijas. Y sobre todo gracias a las tutoras de esta promoción, a los profesores especialistas de música, inglés y educación física, por toda la dedicación, esfuerzo y cariño que han aportado a lo largo de estos años en el desempeño de su trabajo.

La tarea no es nimia, al contrario, creo que requiere de toda la vocación del mundo. Quien tiene un buen maestro, tiene un tesoro; y al igual que un docente que no cree en lo que hace, que se deja lastrar por sus propios problemas a la hora de enfrentar su trabajo diario o que padezca de “anorexia” respecto a su labor, puede ser un verdadero freno para el alumno y su desarrollo académico y personal, aquellos profesionales que “lo dan todo”  a la hora de enseñar y educar a nuestros hijos merecen nuestro eterno agradecimiento y sobre todo el reconocimiento social que en estos momentos quizá no se les concede.

Cuando dentro de unos años, como padres y madres, miremos hacia atrás, debemos recordar que además de nuestra importante parcela en la educación de nuestros hijos, ha sido en el Colegio de Educación Infantil y Primaria donde  nuestros hijos e hijas han forjado los mimbres con los que se construye el edificio de lo que serán en el futuro como personas, que aquí se han puesto los cimientos necesarios para que aprendan, no solo matemáticas o ciencias naturales, ni siquiera inglés, tan importante como parece para este futuro. No, aquí se han sembrado las semillas que, cuando arraiguen y empiece a crecer, darán como resultado personas capaces de pensar por sí mismas, de elegir no lo fácil sino lo adecuado, de discernir entre lo correcto y lo dañino, para ellos y para quienes les rodean, y sobre todo, de enfrentarse al difícil reto de ser los ciudadanos y las ciudadanas de un mundo globalizado, complejo, tecnificado y que, en ocasiones, aísla y rechaza a los que no alcanzan unos estándares que son demasiado injustos y duros para los otros seres humanos.

Somos privilegiados por haber nacido en una sociedad como la nuestra, en un país desarrollado, pero no todas las personas pueden decir lo mismo. Por eso debemos, ante todo, trasmitir a nuestros hijos que esas libertades y derechos de los que gozamos, nos hacen deudores para con los demás. Para los que vienen de lejos, para los que no tienen nada,  para los que han tenido que salir de su casa (si acaso la tenían), cerrar la puerta y dejarla atrás, no solo en busca de un futuro mejor, también en muchos casos para salvar sus vidas. También tenemos que transmitir a nuestros hijos e hijas la necesidad de cuidar de nuestro entorno, no solo limpiándolo, sino no ensuciándolo;  hacerles entender que la sociedad consumista no puede mantenerse indefinidamente, porque la palabra sostenibilidad se tiene que aplicar ya, aquí y ahora, no vale esperan una década, llegar al límite absoluto que marcan los expertos como el punto de no retorno. Que debemos hacerlo en este momento,  porque de lo contrario, va a ser tarde, y todas nuestras prerrogativas y privilegios de ciudadanos europeos no nos van a servir para nada.

Estos asuntos, son solo ejemplos de las responsabilidades que como padres y madres tenemos que transmitir a nuestros hijos e hijas para el presente y sobre todo para el futuro inmediato; ese futuro que se dibuja a la vuelta de la esquina, a ellos y a ellas, que ya han superado una etapa escolar y que están preparados para empezar la siguiente.  No sirve solo que sean unos buenos estudiantes, que a partir de ahora se centren en sacar las mejores notas, porque  dentro de poco sus profesores del instituto les insistirán en lo transcendental de preparar bien la PAU si es que quieren ir a la Universidad y… ya se sabe. Inmersos en la espiral de la vida acelerada, a veces olvidamos, mirar lo que nos rodea con ojos críticos y responsables.

Es hora, creo, de reivindicar la Escuela como casilla de salida del juego al que todos estamos obligados a jugar, que es el vivir, y por tanto de recordar, que la Escuela tiene más importancia de la que en ocasiones le otorgamos, simplemente porque es algo sobre lo que no reflexionamos: los nenes van al colegio porque así está establecido. Sin más. Sin plantearnos qué significan esos nueve años de educación infantil y primaria. Su importancia. Su peso. Su trascendencia.

Espero y deseo, que los maestros y maestras de La Celada, durante estos años, hayan sido capaces de aportar, junto a los conocimientos de las materias que cada uno impartió, una pequeña semilla en las mentes y corazones de nuestros hijos, la capacidad de pensar y reflexionar, así como esa energía necesaria para que dentro de unos años, nuestros hijos e hijas sean ciudadanos y ciudadanas a la altura de los retos del futuro, pero con la cabeza y el corazón rebosantes de generosidad y valentía.

Por: Pepa Navarro Ribera.

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