El Diván de Juan José Torres

Heroínas y héroes de la clase política

Se preguntarán ustedes de qué diablos va este artículo y es que está dedicado a unos/as valientes, otrora relevantes en la política municipal y hoy en el más silencioso anonimato. Porque estas líneas están concebidas para homenajear, aunque sea por una semana, a quienes acceden por sufragio al ayuntamiento, trabajan con humildad prestando lo mejor de sí mismos y se van de puntillas, sin hacer ruido, porque entienden que la experiencia política debería ser pasajera y que serán otros los que continúen o modifiquen el trabajo hecho. Un trabajo que va más allá de la defensa de unos colores, de unas siglas partidistas y de unas consignas concretas.
He escrito hasta la saciedad, y lo defenderé siempre, que quienes alcanzan la política deberían serlo por tiempo definido y por lo tanto con fecha de caducidad. Así lo expreso porque ocurre generalmente lo contrario, pues demasiados políticos llegan, se apoltronan –aunque masoquistamente se quejen de su ingratitud– y la pereza, o la avaricia o la elevada autoestima les retiene hasta… ¡vaya usted a saber! Algunos, por no abandonar su silla, no se van aunque existan sugerencias, presiones o amenazas de su propia dirección de partido, hasta que intervenga una sentencia judicial. ¡Como si marcharse significara claudicación!

Y cuando llega ese triste o gozoso momento, el de volver a casa, unos lo harán cabizbajos y derrotados, otros con la conciencia tranquila y la cabeza alta, y algún pillín con el ronroneo del remordimiento. Muchos listos, antes de irse, procuran asegurarse un prometedor empleo, frecuentemente en empresas privadas que fueron adjudicadas en distintos concursos y que trabajaron para el ayuntamiento. No me estoy refiriendo a poner el cazo, expresión de sobra conocida, pero sí de compensar los servicios prestados o la colaboración incondicional o desmedida. Resulta una frase común: “yo intercedí por vosotros y ahora no me voy a marchar con el culo al aire. Colocarme”.

Confiando en que me siguen les cuento que un buen número de políticos municipales, más del PP pero también del PSOE e Iniciativa Independiente, han acabado de directores de museos públicos, de gerentes en geriátricos o empresas de tratamiento de basuras, en sociedades de obras públicas, aguas, cámaras de comercio o asesores de la Diputación. Y así aguantan, entre el café y el vistazo a la prensa, hasta que les llegue la hora de la jubilación. Retirada y descanso ganada con el sudor de la frente y a pulso tras muchos pulsos, tras años de trajines, luchas, decir muchas veces que sí y firmar donde digan. ¡Qué buen trampolín el de la política para calentar sillones y relucir despachos!

Aunque esta tónica está bastante extendida no todos/as los políticos son iguales, afortunadamente. Hay quienes todavía conservan los principios, les envuelve la nobleza y están dotados del espíritu de sacrificio. Apagan los fuegos que otros encendían, dan la cara en los momentos difíciles, argumentan con coherencia huyendo de las palabras malsonantes, concilian donde no hay cordura, ceden antes de romper una negociación y son incapaces, ni con la boca grande ni con la pequeña, ni de una tímida súplica, un último ruego, un egoísta “acuérdese de mí y téngame en cuenta”. Y mientras otros corren, avasallándose a la carrera para sus respectivas colocaciones, estas heroínas y héroes de la política hacen un guiño a la discreción y a la honradez.

Habrá quienes les miren con aires de superioridad y desde pedestales más altos. Quienes les observen por encima de hombros y cabezas; mas son miradas perdidas entre engaños y mentiras. Prefiero a esos políticos, casi sin porvenir, discretos, solidarios, honrados y limpios. Limpios de ambiciones y de miserias. Limpios de alma y libres de sospechas.

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