De recuerdos y lunas

Inventario

Aquella mañana que era de domingo, antes de escribir, salí temprano con la bicicleta a recorrer las márgenes del río Segura. Camino Beniel, camino Monteagudo, camino Murcia. Hacía frío en Orihuela si frío son cuatro o cuatro grados y medio. El río respiraba humos por los azarbes, aliviaderos de las pluviales y sobrantes. En otros tramos estaba –sangrado– seco y muerto. Las pollas de agua son superespecie que sobrevive en los cañaverales marginales, animan mi deporte sobrevolando las riberas o capuzándose en las charcas cuando paso. Saludé a corredores y caminantes madrugadores con los que me cruzaba. —¡Buenos días! —Y frescos, pariente —me retrucó un paisano. Orihuela –la Vega Baja– se preparaba para pedir Soterramiento. Miles de voces saldrían al mediodía entre pancartas de voluntad que yo veo, con pesimismo, derrotada.
Pensando en este anuario de EPdV, yo quería, después del paseo, escribir inventariando los artículos de un año, ver el pulso de lo escrito en mi sección “De recuerdos y lunas”; pero sonó el teléfono para traerme una mala nueva: la muerte de Fernando Costa Vidal, historiador y maestro, maestro e historiador. La noticia, comunicada por mi hermano Joaquín que tantas cosas de Villena me trae, trastocó mis planes e hice diversas llamadas a gente que sé que le dolía esta muerte, como dediqué un tiempo a preparar algún escrito en su memoria. También llamé al tanatorio para dar el pésame. También me fui a la misa de mi parroquia, la de las Santas Justa y Rufina, donde el padre Satorre, y aproveché para rezar por... Por nosotros. Los que queremos creer nos reconforta la oración. Especialmente en momentos de sinsabor nos esperanza. Yo estimaba a Fernando.

Fernando Costa me confió en dos ocasiones la presentación de sus libros. Una en 1997 cuando el de la Guerra Civil (“Villena durante la Guerra Civil, 1936-1939”), otra, en noviembre del año pasado, para el titulado “El primer franquismo en Villena (1939-1945)”. De aquí mi estima ya no sólo por el encargo sino por la admiración a su trabajo. Fernando me participó muchas veces de sus inquietudes y yo se lo agradecía porque era una información generosa y motivadora al contarme sus proyectos. Yo, en este mismo periódico, cuando la presentación del libro del franquismo y en la misma presentación, le instaba a que siguiera; que su obra sobre la República, Guerra Civil y primer franquismo no se quedara en trilogía, que al menos nos ofreciera los frutos de su investigación hasta 1975. Esto ya no podrá ser de su mano. Mas aún nos dejó, presentado en Alicante en enero pasado, un homenaje precioso al colegio donde trabajó durante treinta y cinco años: el libro “El Colegio Público Manjón-Cervantes de Alicante: una mirada al pasado”. Costa tenía dos pasiones, la Historia y la Escuela. En su vida, arrebatada con avaricia por la muerte temprana, nos testimonió estas pasiones.

Pero yo quería inventariar un año de artículos, primero agradeciendo a Joaquín Marín sus fotos para el digital, segundo que si por el cinco de enero de Miguel Hernández, que si la enseñanza, que si la interiorización del euro que nos dijo Solbes, que si la política, que si el agua, que si la Historia, que si los toros, que si el sexismo, que si el apagón de Fiestas, que si la muerte de Ángel González, que si la muerte... Y la noticia de la muerte de Fernando Costa me ha dictado inventariar un día, el día de domingo veintiuno de diciembre, el día en que entrando el invierno estuve triste por perder a quien tanto se nos dio escribiendo y enseñándonos nuestro pasado.

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