El Volapié

La arruga es bella

Soy un ignorante, la verdad. Tantos años contemplando el Castillo de la Atalaya como siempre lo he contemplado y no había caído en el detalle de que el aspecto de su fachada no se parece mucho al que debió tener cuando se construyó. Hay que ser un genio para darse cuenta de ello.
En la época medieval se construía con encofrados, con tapiales, con poleas o con estucador de manivela. Esto tiene una gran importancia porque admiro y envidio el saber. Ojalá tuviese los conocimientos necesarios para argumentar sólidamente sobre si la obra que se está ejecutando se ajusta a cánones ortodoxos.

Pero aun en el caso de que fuese el más prestigioso experto en la materia, ningún informe técnico puede contradecir lo que cada belleza arquitectónica le sugiera a cada usuario de un par de ojos y un bodrio es un bodrio.

Vivimos en un mundo en el que si no nos gusta nuestra nariz nos la cambiamos, si las tetas nos han engordado demasiado nos las podemos recortar o inflarlas de silicona si queremos más. Ya no existen las orejas de soplillo, ni los labios delgados, ni los pómulos caídos. Quien tiene pelo en pecho es sólo porque quiere y las patas de gallo son sólo un recuerdo de las épocas más oscuras.

Uñas de porcelana, pececillos que devoran las durezas de los pies, fundas dentales, extensiones capilares, depilaciones láser y tratamientos antimanchas de vitíligo.

No se ven abuelas como las que se veían en los tiempos de mis abuelas, y en cuanto revisas un poco los hocicos que gastan, puedes deducir a qué cirujano van las unas y las otras, porque al final todas acaban pareciéndose por los efectos del colágeno.

Hasta tal punto que llama la atención el aspecto de los ancianos que no han entrado en esa debacle que supone no aceptar el paso de los años, porque lo que haya que “reparar” debido a los estragos de la edad y que suponga un riesgo para la salud, debe tener paso libre.

Considero que las ruinas pueden ser más bellas que el resultado de una restauración agresiva, por muy avalada que esté por informes técnicos.

Si somos capaces de reconstruir nuestro propio cuerpo al libre albedrío de la estética de moda en cada momento, qué no seremos capaces de hacer con el venerable Castillo de la Atalaya.

Este año se ha echado de menos al centenario fotógrafo Paco Cano en cada paseíllo de la Feria de San Isidro, con su gorra y sus arrugas, con su genialidad y sus achaques, con su autenticidad y el testimonio vivo que supone el paso del tiempo al verlo. Las arrugas del rostro son bellas.

Dicho esto, cada cual haga lo que quiera con su cuerpo y con su castillo, con lo feo que era el nuestro y lo bonito que se está quedando. Como dice el Alcalde, habrá que acostumbrarse a verlo así, y luego vénganme diciendo que el Ayuntamiento no se puede pintar de verde.

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