De recuerdos y lunas

La Galicia perdida

Este verano teníamos que haber viajado a Berlín. Quiero verle la cara al mulero que lleva las ramaleras en el carro que hay sobre la puerta de Brandenburgo. Quiero verle los ojos directamente por si los tiene extraviados del querer mirar hacia el este o hacia el oeste. Quiero seguir algunos pasos por las tierras que pisó Alexander von Humboldt, por el que siento una gran admiración intelectual. Quiero estar con mis primos que asentaron su hogar en esta capital de Europa donde se restañan tantas cicatrices de nuestra historia. Sí, este verano teníamos que haber viajado a Berlín. Pero el hombre propone y Dios dispone. No pudo ser. Tiempo al tiempo.
Cuando se solucionaron los problemas que abortaron el viaje a Alemania y pudimos planificar más libres nuestros días, decidimos irnos a Galicia. Elegimos como base Palas de Rey, en la comarca de Ulloa, donde los pazos, en Lugo, en el Camino de Santiago. Entonces me vino a la memoria una de las anécdotas más sonadas del curso pasado. Pero primero introduzcamos la cuestión: En el instituto donde trabajo no hay más viaje de estudios que el viaje por un tramo del camino de Santiago. Bien desde León, bien desde la provincia de Lugo. Como viaje de fin de curso, a mí me parece una estupenda opción. La mejor. A Mallorca, o a Ibiza, o a donde quieran ir de discotecas... ¡Que los lleven sus padres!

Pablo Perales, el Director de nuestro Instituto, conoce el Camino como la palma de su mano. Si no mejor. Yo le he dicho, y le riño, para que escriba una guía. Sí, ya sé que sobre la ruta jacobea hay muchísimas. Yo he leído algunas, pero puedo garantizar que en ninguna de las que he leído he encontrado las orientaciones que Pablo Perales me hizo para disfrutar del camino en todos sus aspectos: arquitectura, paisaje, gastronomía y gentes. Pablo no me hace ni puñetero caso. Para eso es el Director del Instituto y es el que manda, pero yo me he propuesto ser tortura y removerle la conciencia con aquello de que un folio al día son 365 folios al año. Y 365 folios puede ser un libro digno. Me he empeñado en ello por lo que disfruté con mi familia siguiendo sus orientaciones y consejos. Dicho esto, concluyo esta introducción para contar ya la anécdota:

Como todos los años los alumnos de cuarto curso de ESO iban a Santiago de Compostela. Estaba yo dando clase a un grupo de los que se iban. Por aquello de la empatía y la motivación y las garambainas que nos dicen los psicopedagogos se me ocurre comentar que aprovechen la oportunidad, que el viaje a Galicia es un viaje hermoso y que el camino hace amigos y hace personas y que es muy bonito todo. Y que cuando lleguen a la Catedral de Santiago pregunten o indaguen por el nombre del maestro que labró el pórtico de la Gloria. Y que cuando regresen de Galicia me lo cuenten. Mientras me emocionaba yo con este bombardeo apasionado, una alumna echaba mano y vista discretamente al papel que nuestro Director les había dado para el viaje con el itinerario del Camino de Santiago y orientaciones prácticas. Y casi terminando yo mi invitación y apología al interés por la experiencia peregrina me dice: —¿A Galicia?... A Galicia no vamos. Ni la tocamos.— Ella iba, según el papel, a O Cebreiro y a Portomarín y a Palas de Rey y a… a Santiago. Pero no a Galicia.

Tierra trágame. Increíble —pensarán. ¡Pues anda que yo que les doy Geografía!

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