De recuerdos y lunas

La pelea

Yo lo digo muchas veces: "Vamos a la pelea". "Vamos a pelear" o... "Vengo de la pelea". Pero lo digo en sentido figurado, aprovechando la acepción de afán que tiene el término.

"Vamos a la pelea" lo digo cuando salgo de casa y me despido de mi mujer y de mis hijas. Es más, a ellas también les animo a que "peleen", a que afronten el día, el hermoso día, con sana ambición. También digo "vamos a pelear" cuando estando en la sala de profesores suena el timbre que nos llama a clase. Se lo digo a mis compañeros y a mis compañeras. Y lo digo en clase al alumnado. Lo digo cuando entro por la puerta del aula. Porque la pelea, mi pelea, es el reto de hacer bien nuestro trabajo. Cada uno el suyo. Porque la pelea, mi pelea, es el reto de atender a los nuestros. De estar atento a las necesidades de quienes nos rodean. La pelea, mi pelea, es el desafío de la convivencia cotidiana con los demás. La pelea es vivir. La lucha por vivir en paz. La lucha para que la vida nos sea feliz. Satisfactoria. Todo esto es la pelea. Mi pelea.

En definitiva, yo digo me voy a la pelea como quien dice, como se dice mucho en Villena, "me voy al corte". Que como nos explicó D. José María Soler es ir al tajo. Adonde nos quedamos trabajando antes de descansar. Y a ser posible "al corte limpio". Que como nos precisó Eleuterio Gandía es aquel que sigue un orden establecido. Esto es, el corte eficiente. El que por "limpio" no nos exige andar sobre lo andado. Así, nuestra pelea es un "como decíamos ayer". Un continuar la lección del día a día. Yo nunca he amado ni he pretendido otra pelea. Nunca.

Porque de mi niñez recuerdo alguna pelea en el colegio. Afortunadamente no muchas. Yo no participaba. Pero alguna hubo. Y también al salir del colegio. Un mediodía a Alfonso Calvo Tomás, que desde su alta responsabilidad profesional en el Ebro me prometió estas fiestas nutricio debate en torno a los trasvases, le rompieron el colegial. Ésta no la vi. Pero me suena que se lo hicieron jirones. Quedando para trapos. Y siendo protagonista quien escribe sólo recuerda un puñetazo a un compañero. Sólo uno. Lo di apretando los dientes y con los ojos cerrados por la rabia. Y fue la misma rabia la que me hizo llorar más que el intenso dolor en el puño y... Nunca más —me dije. Nunca más porque luego estuvieron las peleas en la juventud donde mantuve siempre la distancia. Algunos hasta las trasladaron a Caudete reeditando una rivalidad secular de matones. Solían darse en las discotecas. Al hilo del baile, el alcohol y el ligoteo. Hubo en mis tiempos individuos legendarios que salían a lío por sesión. Aquí nos ahorramos los nombres porque la mayoría, hoy, son honrados padres de familia. ¿Quién te ha visto y quién te ve?... Demonios en la juventud y, por fortuna y asentada la cabeza, ángeles caballeros. Aquello era algarabía y masa como pelota sin control. Empujones y puñetazos en ocasiones muy duros. Alentados por la gente morbosa. Y a veces también se decía la frase de "vamos a la calle". Versión abreviada del duelo. Pero sin más protocolo que el dicho y hecho. Sin romanticismos. Cosa de macarras. O de brutos: "Si quiés riñir te doy tres puñalás de ventaja". Curiosamente la mayoría de las veces los protagonistas solían terminar reconciliándose en la barra. Amigos para siempre.

Así sea después de la última. No parece.

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