El Diván de Juan José Torres

La Rosa Socialista se marchitó

Me duele titular así este artículo. Me molesta por varios motivos y el primero de ellos es que confieso mis principios comprometidos con la izquierda. Nunca voté al PSOE porque mis tendencias están más en consonancia con partidos menos poderosos pero menos contaminados, más radicales pero igualmente democráticos, más testimoniales y utópicos pero no por ello menos necesarios. A pesar de todo lo expuesto he de reconocer que el PSOE siempre ha sido una referencia, lejana pero amigable.
Pero siento hoy vergüenza por tanto desengaño. No sé si Pablo Iglesias, Julián Besteiro, José Prats, Tierno Galván o Nicolás Redondo tendrían hoy la misma desazón y repulsa que compartimos millones de españoles. Ellos vivieron en épocas distintas y en sociedades diferentes, en periodos de guerra, exilio y transición; pero jamás claudicaron ante el gran capital y los sectores financieros que lo sustentan. No reivindico ni rencillas, ni venganzas, ni posturas radicales, asuntos éstos que me producen repelús y escalofrío. Sólo pido coherencia a nuestros gobernantes en el reparto injustificado de tantos desastres.

Porque siempre es la clase trabajadora quien paga el pato de restablecer los platos rotos que otros destrozaron. Los trabajadores representan la parte activa que sustenta a cualquier economía. De su esfuerzo sobrevive la Seguridad Social, los planes de pensiones, las coberturas sociales a los más desvalidos, se protege a los desempleados y se garantiza el consumo. También habría que sumar a los desprotegidos autónomos, permanentes víctimas de injusticias administrativas, y a las medianas y pequeñas empresas, agónicas supervivientes de la maldita globalización. A las multinacionales, a las gigantescas empresas, a la gran banca, maldita sea, que les den.

Y que les den también a los políticos que asumen alternancias como si no pasara nada, a los parlamentarios europeos, a Obama, que se tragó el Premio de la Paz ante el fascismo de Israel (qué poco dura la memoria histórica), a Zapatero, a Rajoy, a Díaz Ferrán y a Fernández Ordóñez, que ya confunde quién es el Presidente de la CEOE o el Gobernador del Banco de España. Porque ahora mismo me importa un bledo la etiqueta de derechas y de izquierdas, me preocupa la humillación, otra vez, de las gentes humildes y trabajadoras que tienen que comerse los vómitos de los poderosos por los desmanes de sus festines.

Nos asfixiaremos todos en el fango de sus burbujas mientras reflotan ellos desde sus mansiones acorazadas. Porque para recortar gastos de todo tipo debe empezarse de arriba abajo, no de abajo arriba. Y antes de hacer temblar las economías de los más débiles, que aún sustentan al país, hágase limpieza desde lo más alto: subvenciones caprichosas (Iglesia y banca), fiscalización a los que tienen insultantes beneficios, control a empresas públicas que adjudican a sus familias, desmantelamiento de tropas en tierra de nadie, supresión de asesores de gobiernos autónomos y diputaciones, marcha atrás a los pinganillos parlamentarios si nos entendemos en castellano.

Y no insultar más a los trabajadores, sean funcionarios o del sector privado. Cualquier reforma laboral que ponga en entredicho la estabilidad en el empleo es ahondar en el pozo que nos ahoga. Facilitar el despido no es combatir el desempleo, es multiplicarlo por dos. Se necesitan contratos estables y cuantos más mejor, nunca precarios. La inestabilidad no genera confianza para ninguna parte, ni emocional ni laboral. Y si esto no lo entiende Zapatero, que se desprenda de su carné militante y le den uno de Caja Duero o acciones del Santander. Pues parece seguro que la Rosa se marchitó y el Puño, en un juego de magia malabarista, se quedó tan sólo con el dedo corazón haciéndonos la ofensiva peineta. Joder, jode; pero ni rosas ni puños le salvan. Este lamentable, sucio e injusto final no le correspondía jugarlo. Por eso, ZP, que te den a ti también.

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