No soy de esos que confeccionan la consabida lista de propósitos para el nuevo año, pero en cambio sí suelo redactar mentalmente una para el período estival por aquello de tener vacaciones y por tanto disfrutar de más tiempo libre (de hecho, supongo que se habrán dado cuenta de que he faltado a mi cita semanal con ustedes desde comienzos de agosto). Pero he de confesar que este verano no he cumplido con uno de esos propósitos tan bien intencionados: leer por fin Moby Dick. Y eso que quiso el azar que coincidiese en dicha intención, tal y como descubrí en una red social, con mi amigo y admirado crítico de cine Christian Aguilera... que, por cierto, en breve publica un a priori muy apetecible estudio sobre la filmografía de Peter Weir; estén atentos a sus pantallas.
Imagino que Christian sí habrá cumplido, como ya hizo antes en repetidas ocasiones con otros títulos pendientes, y habrá dado buena cuenta de la novela de Herman Melville. Pero servidor, a pesar de tener preparada la espléndida edición de Alianza con motivo del centenario del autor celebrado en 2019 e incluso de haber leído las primeras páginas, tuvo que recular a última hora porque se coló en la lista de lecturas inmediatas otro clásico, este más contemporáneo y de género bien diferente: Dune. Y es que en breve se estrena la nueva adaptación de esta novela de ciencia ficción y quiero haberla leído antes de ver el film. En cambio, al menos por el momento, no se espera una nueva versión de la obra de Melville que añadir a la estupenda película de John Huston estrenada a mediados del siglo pasado; y por tanto la urgencia por leerla resultaba bastante menor.
Pero hete aquí que el capitán Ahab y la gran ballena blanca no han faltado en mis vacaciones de verano, y es que también por pura casualidad -pues incomprensiblemente todavía permanecía inédito en castellano- ha aparecido por fin entre nosotros el cómic realizado por Bill Sienkiewicz y publicado por vez primera en el ya lejano 1990 por parte de First Comics en el cuarto número de su serie Classics Illustrated. Y esta no es, como bien sabrán también si son fieles lectores de la presente columna, la primera adaptación en viñetas de este clásico inmortal... ni tampoco será a buen seguro la última. Pero sí es la que lleva la firma del que es, como sabrán igualmente, el que considero mi dibujante favorito del medio. Por lo tanto, en mi caso esta sí era una lectura que no iba a dejar pasar por muchos Dunes que se estrenaran.
La espera ha sido tan larga que no habría resultado sorprendente sentirse finalmente decepcionado. Pero el dibujante de obras ya clásicas de Marvel Comics como Caballero Luna, Los Nuevos Mutantes -donde comenzó a experimentar de una forma como nunca se había visto en el cómic superheroico hasta el momento- o la todavía impactante y al parecer imperecedera Elektra: Asesina demuestra estar por encima del bien y del mal y nos ofrece aquí, con la colaboración de Dan Chichester en los textos, un ejemplo más de la evolución de una trayectoria artística que ya desde hace varios lustros resulta incontestable. Y es que aunque no es uno de sus trabajos más extensos -son apenas 48 páginas, frente a creaciones de más largo recorrido- ni tampoco uno de los más célebres -no es lo mismo publicar en el seno de una editorial pequeña que bajo el auspicio de uno de los buques insignia de la industria del cómic-, supone una experiencia estética de primer orden... se haya leído o no la novela de Melville. Y esto es algo que pueden comprobar sencillamente: observen con detenimiento las páginas que acompañan a estas líneas o, mejor, acérquense a una librería y ojeen con detenimiento un ejemplar de la obra. Comprobarán que por muchos elogios que vertiese aquí me quedaría corto ante tamaño despliegue visual.
También se ha publicado recientemente otra adaptación al cómic de otro texto del mismo autor; de hecho, se trata de su obra más conocida después de la propia Moby Dick. Me refiero, claro está, a Bartleby, el escribiente, el maravilloso cuento convertido en paradigma ficcional de la inacción y que se ha transformado en novela gráfica gracias a la labor de José Luis Munuera. El estilo de este autor, murciano de nacimiento pero que trabaja especialmente para el mercado francobelga, en nada se asemeja al arte expresionista de mi admirado Sienkiewicz; muy al contrario, se caracteriza por facilitar la lectura gracias a un trazo diáfano en el retrato de los personajes, sin renunciar por ello a la falta de detalle en unos fondos muy trabajados y con referentes reales fruto de una considerable documentación previa. El resultado de su labor es un álbum también de lo más recomendable, se conozca o no el original literario que inspiró una de las novelas más celebradas de Enrique Vila-Matas.
Y volviendo a Melville y su Moby Dick, esta queda recomendada de igual modo aquí a la espera de que por fin acabe leyéndola al completo. Quizá el verano que viene... si Denis Villeneuve y su productora no se deciden a estrenar su versión de una novela más de la saga espacial de Frank Herbert. Un tema este del que, por supuesto, les hablaré en breve.
PS.- A modo de curiosidad, pueden comprobar aquí abajo cuánto se parece el diseño conceptual de las cubiertas de Moby Dick, cómic y novela, en las dos ediciones mencionadas. Y es que la sombra de esa obra maestra del cartelismo cinematográfico que es el trabajo de Roger Kastel para el Tiburón de Steven Spielberg es muy alargada...
Moby Dick (el cómic) y Bartleby, el escribiente están editados por Astiberri; Moby Dick (el libro) está editado por Alianza.