Estación de Cercanías

No

Cuando todo está a punto de caramelo para la entrega de propuestas y proyectos electorales por parte de los futuros candidatos a gobernar nuestros pueblos y ciudades, y se ultiman listas y se terminan de concretar objetivos de cara a la dura campaña electoral que tienen por delante, quiero hacerles partícipes un detalle que llama poderosamente mi atención: en todos los folletos que desde cualquiera de las formaciones políticas se nos hacen llegar, nada es imposible.
Vivimos en la embriagadora y agradable realidad del Sí. Actualmente todo lo que nos rodea es positivo, factible de ser conseguido, desde cualquiera de los canales existentes para encauzar la información, haciendo extensiva esta práctica de igual modo a las altas cumbres del poder, la política o la comunicación: el mensaje es siempre alentador e ilusionante, envolviéndonos entre algodones la cruda realidad. Todos y todas podemos poseer una vivienda. Todos tenemos la posibilidad de pasar unas idílicas vacaciones, de tener un cuerpo perfecto, de descontar del saldo de nuestra edad algún que otro año.

En cualquiera de los ámbitos desde los que no llegan mensajes o consignas sobre las necesidades a cubrir o peticiones a realizar se pintan idílicos futuros para nuestros pueblos y ciudades, para nuestras vidas, siendo esta actitud práctica común en cualquier canal de comunicación y disfrazando así, ante el temor de su rotundidad y las reacciones negativas que suscita, el No como respuesta, propiciando con ello que en nuestra cotidianidad el No esté siendo olvidado a fuerza de no escucharse. De no practicarse.

Tengo la sensación de que en estos días de progreso acelerado, de inseguros pasos en nuestro recién estrenado estatus como sociedad que habla cara a cara con el resto de países europeos, ocultar lo imposible con palabras muy estudiadas y perfectamente pensadas para que no digan nada está generando un deterioro generalizado de la sinceridad, convirtiendo al que osa decir No en el desagradable, el cafre, el pesimista, aquel que no será nada en la vida si no comienza a decirse diariamente Sí, Sí, Sí. Cada vez más, somos capaces de rasgarnos las vestidura ante una negativa sin pararnos a pensar por un instante en lo sincero y difícil de un No a tiempo. Sin lugar a dudas es más bondadoso para palabras y oídos decir y escuchar que todo es posible.

Y hoy, desde este banco de mi estación, quiero defender la negación cuando sea cierta, lo loable de su uso en ciertos momentos, y así contribuir a que se vuelva a practicar. Reivindico lo beneficioso del No, que nos hace despertar de cómodas situaciones que ensalzan sobremanera nuestro ego, en el que seguiremos instalados mientras que todos lo que nos rodean nos den sus “sinceros” golpecitos de aprobación en la espalda.

Lo declaro necesario como impulsor en la consecución de nuevos logros y metas que nos parecen tan cercanas y fáciles al amparo del ¡todo es posible! Lo considero imprescindible para reconocer al verdadero amigo, aquél que lejos de la pretensión de canjear tu amistad con el fingido ¡claro que sí, tú puedes!, te planta un ¡No!, por ahí no vas bien, sin ningún cumplido balsámico, que te hace reaccionar en momentos o situaciones de ceguera.

Es por esto que me voy a tomar la licencia de pedir a nuestro futuros gobernantes que, si todavía están a tiempo de rectificar, no incluyan entre sus palabras un Sí cuando sepan que es un No. S. Freud decía: “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”. Y conseguir beneplácitos desde la prisión de las falsas promesas que se agazapan detrás de complacientes y dulzonas palabras es lo fácil y lo sencillo, pero siempre acabará pasando su minuta.

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