De recuerdos y lunas

Papayas frescas

Los han descubierto desde el aire, un aire que no es como el de Rodrigo de Triana, aire salvaje de salitre y expectación vigía en La Pinta, altura que dictó la voz desesperada por "tierra" y especias. Ahora ha sido desde el aire contaminado por el ruido y los humos de un motor, aire mecánico de aeronave sobre las humedades del océano de verdor que es la selva en el Amazonas. Algunas noticias los tratan como extraterrestres, hablan de "grupo no contactado", con la sorpresa de que, aun viviendo fuera de la economía de mercado, viven y viven bien. Viven sanos. Lo que a algunos, siendo fuera de la economía de mercado, les parece aún más extraterrestre.

El caso, sospechosamente, repite casi al milímetro lo que supimos en 2008 con otra "nueva" tribu vista desde el cielo. Pero en aquella ocasión los indígenas reaccionaban apuntado con sus arcos contra el helicóptero; ahora, en la fotografía que ha difundido el Departamento de Asuntos Indígenas de Brasil, sólo miran. Miran y no se esconden de nosotros. Ahora miran e incluso hay quien señala como con familiaridad hacia el objeto que le capta. Al parecer, como en 2008, estas gentes son gente de hordas que sin saber que traspasan nuestras fronteras, las traspasan. Las traspasan sin pasaporte, sin papeles. Las traspasan desde Perú a Brasil expulsados por las talas indiscriminadas e ilegales de árboles. Traspasan las fronteras —decimos. Lo decimos como si ellos supieran de lindes políticas. Que no, porque sus lindes son las que les marca la despensa natura, la que les acota la supervivencia, el instinto por vivir; esas lindes que los taladores de árboles les descomponen. Lo dicho, la noticia, salvo en la actitud de los descubiertos, se parece demasiado a la de 2008 y desde el aire, los observadores, que somos nosotros con ojos de flash, intuimos que se trata de una comunidad sana. Hay niños. Hay alimentos. Cestos llenos de mandioca y papayas frescas. Visten con taparrabos. Ninguno lleva una camiseta del Barcelona. Ni del Madrid, ni de ningún equipo europeo como tantas veces vemos en tribus atendidas por alguna ONG. Expectantes, algo sorprendidos, los descubiertos miran a la cámara atentos. Como miraban nuestros antepasados a las cámaras.

Creemos que hemos dominado el mundo y aún hay algún rincón donde hay quienes no poseyendo nada, acaso unos cestos con mandioca y papayas frescas, algunos útiles para la caza y recolección, taparrabos, algunas plumas, pinturas para el cuerpo... lo tienen todo. Y ese todo suyo no es nuestro. Es imposible que sea nuestro porque a nosotros no nos satisfacen los todos que son nada. No los conocíamos. Nos sorprende y suponemos que no nos conocen. Pero a lo mejor sí y por eso preservan su manera de vivir. Y si no nos conocen, mejor que no nos conozcan.

La noticia que leemos también señala como señal de bienestar que hay "niños pequeños" (sic). Niños que serán sin escuela, sin televisión, sin microondas en la habitación exclusivo para cocer palomitas, sin ordenador, sin móvil, sin cámara digital, sin videoconsola, sin mp... No podemos creer que niños y adultos vivan en el siglo XXI, sobrevivan, sin todas nuestras imprescindibles cosas. Ellos nos miran sorprendidos como miran quienes son pillados con las manos en la masa, como sin querer ser descubiertos. Nosotros también les miramos sorprendidos de que sean.

Deberíamos dejarles en paz. Todo lo más mirarlos desde el cielo que ensuciamos, ver sus huertos de rozas cultivados de mandioca, tubérculos y cereales. Sus cestas abundantes de papayas frescas. Todo lo más mirarlos para no olvidar que, irguiéndonos, fuimos alguna vez humanidad.

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