Al Reselico

Por doscientos cochinos euros

Supongamos que se llama usted Bonifacio y que le gusta mucho jugar a las canicas. Supongamos que le gusta tanto, tanto, tanto, que usted, Bonifacio, se junta cada jueves tarde con un grupo de amigos para practicar esa afición que le apasiona y agrada.
Supongamos ahora, querido Bonifacio, que la afición a las canicas también existe en grupos de amigos de pueblos y ciudades cercanas. En Ibi, en Almansa, en Novelda, en Alicante... y que, durante el año, en todas esas ciudades, se organizan eventos, campeonatos y torneos a los que acuden jugadores de muchos lugares para pasar el día disfrutando de su hobby.

Supongamos que usted, amigo Bonifacio, y su grupo de amigos, deciden que Villena no debe ser menos. No puede ser menos. Su ciudad también debería ser un lugar donde los amantes de las canicas puedan disfrutar de una jornada de este ocio alternativo. Así que, ni cortos ni perezosos, se curran un cartel y empiezan a montar una jornada de canicas. Organizan algunos torneos (de cuarta, de tute y de guá), contactan con stands de marcas y tiendas de bolitas, promueven exhibiciones de malabares caniquiles… y así, a lo tonto a lo tonto, moviéndolo por foros especializados y páginas web de fanáticos de los bolinches, se juntan con que vienen a Villena, a las jornadas de canicas, más de cien personas de todas partes de España.

Supongamos que, claro, estimado Bonifacio, usted y sus colegas frikis de las canicas necesitan un lugar grande donde reunir a tanto pirado. En su local de los jueves no caben. Es imposible. Alquilarían algún sitio más grande, pero con los 20 euros al mes de cada socio les da lo justo para alquiler, luz y agua. Por lo que deciden acudir al Muy Ilustre Ayuntamiento, a ver si sería posible que les cedan un lugar para realizar las jornadas de canicas y, en la medida de sus posibilidades, les puedan ayudar económicamente a montar ese tinglado.

Supongamos que, oiga, camarada Bonifacio, para sorpresa de propios y extraños, el Muy Ilustre se porta. Los técnicos y funcionarios les atienden estupendamente, les ceden un espacio municipal y también les subvencionan con doscientos euros. Como ayuda para el evento. A caballo regalado… Así que todo genial. Tienen ustedes sitio para la jornada de canicas y tienen doscientos euros.

Supongamos que la jornada es un éxito, apreciado Bonifacio. Después de mucho trabajo consiguen que venga mucha gente. La mayoría de pueblos de la contorná, pero hay tropa de Sevilla, Valencia, Madrid, Barcelona… Hay muy buen ambiente, los frikis de las bolitas se lo pasan estupendamente y se genera una expectación por cuándo será la próxima jornada en Villena. Así que usted y sus amigos terminan cansados pero contentos, orgullosos de que los participantes hablen bien de su ciudad y disfruten aquí, con sus canicas.

Supongamos que después, cuando todo parecía bonito, hay un furtivo problema, un oculto inconveniente, colega Bonifacio. Porque para cobrar esos doscientos euritos, esa mini-ayuda para su jornada de canicas, el Muy Ilustre le exige unas pocas cosas. Unos trámites “de chichinabo”. Unos papelitos de nah. Primero, que se den de alta en el registro municipal de asociaciones del Ayuntamiento, para lo que necesita estatutos de la asociación de canicas, acta de constitución de la misma, certificado indicando el número de socios y componentes de la directiva, original y fotocopia de su C.I.F., programa de actividades, presupuesto del último año, certificado en el que consten las subvenciones percibidas y documentación relativa a su inscripción en el registro de asociaciones de canicas de la Generalitat Valenciana. Luego, una factura por importe de esos 200 euros con concepto legal susceptible de ser abonado, un informe de certificación o realización por parte del técnico o funcionario pertinente manifestando la validez de la factura, un acta de recepción de material firmada por el concejal del área, un certificado de estar al corriente en la Seguridad Social, un certificado de estar al corriente con la Agencia Estatal de Administración Tributaria y un Certificado de estar dado de alta en IAE.

Supongamos que le piden todo eso a usted, iluso Bonifacio. A usted que solo pretendía hacer una jornada de canicas en su ciudad y que el Ayuntamiento ayudara de alguna manera. A usted que no necesita el dinero. Que con los beneficios de la jornada puede ir tirando. ¿Se imagina que lo precisara para que su grupito de los jueves siguiera funcionando? ¿Se figura lo que hubiera pasado de ser una cantidad mayor? ¿Intuye lo que le pueden llegar a pedir a asociaciones, clubs o entidades más importantes para actividades mucho más trascendentes?

Supongamos que se llama usted Bonifacio y que le dicen que tiene que presentar todos esos papeles para cobrar doscientos míseros y cochinos euros. Supongamos que le entre una minúscula irritación. Un insignificante cabreo. Un pequeñísimo ataque de cólera. Y entiendo que lo que apetezca en ese mismo instante, dicho mal y pronto, sea meterle, a quien corresponda, doscientas canicas, una a una, por su dignísimo, burocrático y administrativo culo.

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