Viéndolas pasar

Pudieron y vencieron

Me lucí con mi columna de la semana pasada. Como decían algunos, acerté de pleno. Aunque me gusta más lo que comentaba otro forista, quien decía que era estrategia mía para ahuyentar gafes. Agradecido por el capote pero no, de verdad que la semana pasada escribí lo que sentía.
Vaya por delante que estoy contentísimo por la victoria de la selección, me alegro de haberme equivocado y pienso que insistir, a estas alturas, en la base de mis argumentos anteriores, es batalla perdida ante la contundencia de los hechos. A trompicones entramos en la fase final de la Eurocopa, por poco nos quedamos viéndola desde casa sin ir a Suiza ni a Austria, sin embargo, desde el primer partido de la liguilla hasta la Final, el juego de la selección y las decisiones del seleccionador han sido impecables. Matrícula de Honor.

Me perdí la semifinal, bueno, me perdí el ambiente de la semifinal porque estaba en Bilbao, donde mi amigo Nuno, el portugués del que les he hablado otras veces, ironizaba con el bullicio que no había en las calles de la capital vizcaína al concluir la exhibición de La Roja ante Rusia: Aquí no gusta el fútbol, ¿verdad? –decía.

Y yo recordaba la noche del domingo anterior en las calles de Villena con todo el mundo paseando la bandera española, celebrando la eliminación de Italia, los coches haciendo sonar la bocina, niños, niñas, familias enteras paseando con una sonrisa que denotaba esa felicidad colectiva y ese, quién sabe si no escondido forzosamente, orgullo de ser español y portar su bandera sin temor a ser identificado políticamente.

Como en la noche del domingo, me hubiese ido con mi hijo a la Plaza del Rollo a chutar el balón de Juanjo o simplemente a verlos disfrutar, echándose agua, bañándose o cantando y bailando. Necesitábamos ese chapuzón. El de la fuente de la Plaza del Rollo era un chapuzón de patriotismo sin connotaciones políticas, sin complejos de ningún tipo. Eché de menos ese momento y a quienes criticaron que llevase mi pulsera con la bandera española, a quienes quisieron ver en ella una provocación, tan sólo hubo que decirles que pese a quien pese nací, soy y me siento español.

Quiso la providencia que pudiese disfrutar de la Final junto a miles de vecinos de Villena y con la mejor compañía que podía tener en una noche así para resarcirme de la añoranza de la semifinal. Y es que ver el partido en la Plaza de Santiago acompañado de mi mujer fue el mejor regalo que podía tener. Yo creo que es talismán, no es aficionada al fútbol pero en las grandes citas se sienta conmigo frente al televisor y así lo hizo en la 7ª, 8ª y 9ª del Real Madrid, en los cuartos contra Italia y, cómo no, con la gorra de España calada, en la Finalísima del domingo pasado.

Y allí, cantando, saltando y disfrutando pasamos una tarde inolvidable. De vez en cuando echaba un vistazo alrededor y veía a muchas otras parejas, muchas familias que, como la mía, compartía esa tarde de agradable tensión con el resto de los vecinos. “España se lo merece, nos merecemos ganar. Esta gente, todos nosotros merecemos una explosión de alegría.” –le decía cuando empezaba a creerme que podíamos ganar.

Minutos interminables, se diría que cada uno de ellos se componía de 180 segundos. Deseando acabar y a la vez, deseando que no acabase nunca. La noche mágica que el fútbol nos ha regalado a los españoles debería traer consigo muchas consecuencias positivas, entre ellas, el convencimiento colectivo de que España, gracias a todos los españoles, es Grande.

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