El Diván de Juan José Torres

Quitapesares y el amor de un padre

Hace escasas semanas el programa innovador en Social Media Strategic, especializado en Turismo e impulsado por la Geneneralitat, ha reconocido como el mejor proyecto de formación especializada, en la gestión de redes sociales en el sector turístico, al elaborado por Laura Torres, el alma mater del bar Quitapesares. Esta distinción, sin dotación económica, ha competido con excelentes trabajos de toda la Comunidad y del evento ya se hizo eco el director de este periódico Carlos Prats, al que estoy agradecido aunque tampoco me recompense, desde el principio de los principios, de dotación económica alguna.
Como los calores de este verano hacen tantos estragos, yo no me he librado de ellos y he sucumbido a la tentación, por esas demoniacas temperaturas, de hacer un reconocimiento público a esa criatura, llamada Laura Torres, desde el amor de un padre. Sí, es verdad, el calor me hace vulnerable y vence mis propios límites y tabúes, y pido perdón anticipadamente por si se me ve el plumero al dedicar este artículo a mi hija. De hecho ella no aprobará esta iniciativa tan irresponsable por mi parte, pero por si acaso le cojo la ventaja y lo que tenga que ser, que sea.

Laura Torres, esa hija de la que se me cae la baba por casi todo lo que hace, se licenció en Comunicación Audiovisual en la Universidad pública Pompeu i Fabra, de Barcelona. Sin mucho porvenir y recién diplomada estuvo de redactora en este EPdV, sustituyendo a Carolina, por una baja maternal y posteriormente desempeñó, durante un año, labores en el Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Villena, junto a otro excelente personaje, Salvador Martínez Puche, renunciando de sus ocupaciones por motivos que no me conciernen, pero demostrando, los dos, que el cargo de un puesto de confianza no es imprescindible.

Laura, esa otra hija encantadora, delgada y esbelta, activa y guionista, fotógrafa y artista, bailarina y llena de vida, decidió junto a su compañero, el conocido dibujante Miche, que parece que cariñosamente lo han sacado de un tablao de los concursos de cante de La Unión, o del madrileño Pozo del Tío Raimundo, con esos ojos azules, esa barba cuidada, esa melena tirabuzona y esa voz tan cascada por la genética y por la noche, montar un negocio: Quitapesares.

El nombre hace honor a una rebeldía del olvido, pues es sabido que muchas cosas desaparecen del mapa y de las memorias con el paso de los años y estos personajes decidieron rescatar su nombre como homenaje y testimonio de una hermosa historia. Quitapesares fue la cuna, como finca puntera de la comarca y situada en el Prado de la Villa, de Vicente Gandía, abuelo de Laura y encargado durante décadas de la Casa Peñas, y de sus hermanos El Lute y Antonio. Hijos los tres de un campesino arrendatario, forjaron su juventud en complicidad con la tierra: a cambio de su esfuerzo obtenían las mejores hortalizas y verduras junto a unas excelentes frutas. El Lute, padre de Eleuterio y Ángel, y el Pepón, los dos últimos creadores del Carpanta, vivió allí hasta el resto de su vida; no sin antes entristecerse por el abandono y muerte de una finca que nunca fue suya y que años atrás sufrió un pelotazo urbanístico con decenas de afectados y ningún condenado.

Laura quiso recuperar para las memorias ese nombre de Quitapesares, para dignificar el trabajo de su abuelo y el de los hermanos de éste. Unas tareas gigantescas muy dignas, pero baldías por la ineptitud de los gestores y adinerados señoritos que convirtieron un fértil vergel en un prado estéril por la codicia y la estupidez.

El Bar Quitapesares, en casi dos años de vida, ha transformado la apatía de un corriente negocio de hostelería en un antro de ilusión innovadora. Como aquellos campesinos que labraban la finca del mismo nombre, que a base de sudor y lágrimas hacían brotar la tierra de maravillosos manjares. Laura y Miche, junto con sus cómplices colaboradores, han construido desde un simple bar, un lugar de encuentro. Han sido capaces de conseguir un milagro cotidiano, el de aprovechar sus escasos metros cuadrados en un escenario que se convierte en galería de arte, con exposiciones de fotografías o pinturas, en un espacio donde se ofrecen recitales, pequeños conciertos, música en directo y que cualquiera puede coger esa guitarra regalada, llamada “Juanita la Prusiana” para improvisar sus mejores melodías.

Espectáculos al aire libre, fuera del local, ambiente de tertulias, semblanzas de amistad y ricas tapas elaboradas por esa mujer casi celestial.

Y lo más especial de todo es que retrata esa vida de Quitapesares, la graba, la fotografía y la cuelga en esas redes sociales que le dan vida. Porque como reza su filosofía, es la gente la que hace los bares.

Así que, todavía bajo los efectos del calor, concluyo así esta columna dedicada a ese bar tan agradable y a esa hija que tanto adoro y que ha sido víctima, sin ella saberlo, de un acalorado amor de padre.

Perdonen las molestias, pero es que a veces no me puedo aguantar.

P.D. Y este viernes, uno de agosto, a las 22,30 horas, otro regalo: Lulamae Loop, otra voz angelical.

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