Estación de Cercanías

Talante

A dos días vista de la finalización de otro año son muchas las personas que aprovechan para hacer examen de conciencia y prometer, para no cumplir casi nunca, desprenderse de aquellos hábitos, costumbres o vicios que les esclavizan o merman su salud, así como para iniciar nuevos proyectos. Suerte a todos en esa noble causa pero yo, como hasta ahora, seguiré aplicando mi criterio de que cada día es irrepetible, disfrutando con lo que me hace sentir bien –casi siempre las pequeñas cosas de las vida– sin necesidad de que unos días marcados en rojo me conminen a ello e intentando alegrar o por lo menos procurar, que el transcurso del tiempo compartido resulte agradable a todos los que me rodean.
Y lo hago esforzándome diariamente para no dejarme contagiar por la hostilidad que se respira en el ambiente, e intentando pasar de puntillas por el actual desasosiego político/social que nos invade y por esa aspereza de carácter que nos regalan nuestros gobernantes en cualquiera de los medios de comunicación que consultemos, en los que brilla por su ausencia la pobreza de sonrisas, en fotografías, imágenes y conversaciones. ¡Ojo!, pero no esa fingida de pose que todos tienen ensayada frente al espejo siguiendo los consejos de sus asesores, no, ésa no, yo me refiero a ese gesto que notas cercano, sincero, que es capaz de desviar tu atención hacia la persona de la cual ha salido, te guste más o menos su discurso, sus ideas o sus formas. Porque si hay algo con verdadero poder de atracción es el comportamiento afable que contiene el don de no levantar las barreras de rechazo que la antipatía, la soberbia o las malas formas construyen en nosotros.

Ejemplo que confirma mis palabras puede ser Paco Montilla y su andadura por la última legislatura de nuestro pueblo. Él, como muy pocos, ha sabido arrimar a su ascua la confianza ciudadana y el respeto a su persona, y no hace falta pensar mucho en el por qué: ha sido amable, respetuoso, sincero (hasta donde haya podido políticamente), y sobre todo ha mostrado en infinidad de ocasiones la tan olvidada (para muchos de sus compañeros) sonrisa sin ensayo. También observo similares actitudes en personalidades tan dispares como pueden ser Alberto Ruiz Gallardón, el ex-ministro Bono o Don Juan Carlos de Borbón, figuras que exhiben como denominador común un temperamento campechano que los acerca al pueblo con independencia de sus ideales.

¿No les parece que mejor nos irían las cosas si, cuando nuestros legítimos representantes políticos tuviesen que defender nuestros intereses y sus ideas en plenos de ayuntamientos, diputaciones o parlamentos, dejasen en casa eses rictus tan encorsetado y gélido que muestran y se ofreciesen más humanos y naturales? Seguramente sí, porque para agrios enfrentamientos que nada de bueno aportan y para tener que presenciar luchar e insultos sin el menor atisbo de simpatía que sublevan hasta las más apacibles conductas, ya tenemos la cotidianeidad de nuestra vida.

Así, en vista de este panorama, y porque creo férreamente en la fuerza de una sonrisa frente a un desaire, de una palabra agradable contra una malsonante, y del poder que puede tener la amabilidad y la cordialidad ante las arrogancias y las vehemencias, me voy a pedir que para este electoral 2007 –que se adivina pleno de buenos gestos, agradables retratos y amables palabras– que los llamados a gobernar sepan trasladar al ruedo del entendimiento esa actitud. Les pido frescura en las sonrisas. Me pido personas llanas que no se dejen guiar por la seriedad de los cargos que ocupan, porque el trabajo bien hecho no está reñido con la calidad de un buen gesto o el calor de la palabra sencilla.

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