De recuerdos y lunas

Teruel, claro que existe

Teruel, claro que existe. Teruel ciertamente existe y existe incluso más allá de la capital Teruel. También más allá de Albarracín y su sierra. Recorrer la comarca de Matarraña nos ofrece otro espacio que nos confirma la existencia de Teruel y nos reafirma en la querencia a este solar ibérico tan generoso en paisajes, costumbres y gentes. Teruel, claro que existe. Y también, por lo que se contará de La Alquería en Ráfales, el paraíso.

No sé si serán los fríos de ahora los que me han traído los recuerdos cálidos de principios del verano pasado, porque lo que ahora tengo en la cabeza son los primeros días de julio disfrutados en Ráfales, pequeña población donde el hotel La Alquería. Que fueron días de paz y sosiego en estas tierras donde la fabla aragonesa, el catalán y el castellano han producido un "xapurriau" que denuncia la dificultad –o seguramente la idiotez– de pretender lindes exactos para las lenguas. Precisamente, en relación con el habla, en Peñarroya de Tastavins, donde la sucursal de Dinópolis llamada "Inhospitak" contiene uno de los ejemplares de saurópodo más espectaculares encontrados en la zona –diecisiete metros de alto–, la visita al museo termina con un juego para los niños en los que han de buscar en un foso de arena huesos enterrados de dinosaurio para completar, encajándolos, una pequeña réplica. Terminado el entretenimiento, la guía que bien documentada nos había enseñado el museo, se dirigió a Teresa y a Carmen diciéndoles que se "espolsaran" la arena, excusándose de inmediato por si no nos sonaba la expresión. Nos reímos porque en Villena o en Orihuela, y por lo visto también en Peñarroya, si no decimos "espolsar", ¿qué decimos?... ¿"Desempolvar"?... ¿"Sacudirse"?... Por cierto, entrando o saliendo de Peñarroya hay que visitar el santuario de la Virgen de la Fuente donde hay un artesonado mudéjar policromado asombroso, que de paso sirve con generosidad de domicilio a los murciélagos de todo Teruel y parte de España.

En Ráfales nos hospedamos en el hotel La Alquería. Aquí el paraíso que decíamos. Tranquilidad y buena cocina. Buenísima. Y Clara y Jose, como responsables de este rincón que elegimos como cobijo, no son gratuitos en el éxito del lugar. Son los enviados que los dioses han prestado a la tierra para darnos muestra de la gloria. Todos sus detalles son exquisitos. Será una tontería pero a mí me gustó hasta lo de las habitaciones con nombre en vez de con número. Y la tarjeta de la llave con una pequeña cita literaria referida al nombre de la habitación correspondiente. La nuestra era Pantxampla: "Cuando se giró para comprobar el ruido, ya era tarde. Tras él un hombre enmascarado le apuntaba… —Soy Pantxampla." Pantxampla o Panxampla es en memoria del salteador que actuó por aquellas tierras y que Lluís Llach rememoró en la canción "El bandoler".

Volviendo a la cocina de Clara, que es antesala del cielo, es cosa que no se puede decir y necesariamente hay que probar. Y no es cuestión sólo de exquisiteces –que lo es–, sino de la pasión con la que se hacen las cosas y con la que se ofrecen las cosas. Si en lo primero Clara, en lo segundo Jose.

Luego, estómago campante, el entorno de la comarca pone su guinda porque Matarraña tiene un rosario de pueblos muy interesantes, pueblos solariegos que vivieron pasado esplendor y que habrá que ir trayendo algún día conforme la memoria nos los devuelva. A ver si los fríos que se anuncian nos traen nuevamente el calor de nuestra experiencia en Matarraña, donde Teruel existe más allá de Teruel.

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