De recuerdos y lunas

Trilogía de Soria. I

Imagínate, amiga Carmen Fita, que es casi agosto y habéis decidido ir a Soria. Lo primero, en la autovía de Levante, no parar en un bar que no publico su nombre por respeto. Pero que te denunciaré particularmente, punto kilométrico incluido. Lo anoté a conciencia la segunda vez que me llevó la mala suerte. La primera vez a Teresa, que era muy pequeña, le llamaron la atención las moscas. Tan temprano. La segunda vez, íbamos Mari Carmen y yo solos, precisamente camino Soria, también las moscas y cómo a las 9:30 de la mañana podían mostrarse en los expositores aperitivos de almejas reloj ajadas en salsa.

Pasado Madrid, que para los de provincias siempre nos ha supuesto reto, cuando después de más kilómetros ya estéis en la provincia de Soria, vale la pena hacer alto en Medinaceli. Callejear. Es lo mejor de los viajes para sentir las poblaciones. Callejear sin rumbo determinado saludando y preguntando a los paisanos o callejear siguiendo alguna ruta sugerida en la oficina de turismo. En Medinaceli, en lo alto, la vista hacia el valle del Jalón es espectacularmente bella. Desde el arco romano.

Igualmente, camino Soria, valdrá la pena parar en Santa María de Huerta y visitar su monasterio cisterciense. Esto es viaje en el tiempo y ya dijimos atracción cuando escribimos "Espacios con espíritu". Como viajar en el tiempo fue –era un 20 de agosto, cuando acudimos lagartijeando carreteras– conocer la Fiesta de la Soldadesca en Iruecha; donde quise entender el origen de las Fiestas de Moros y Cristianos. Luego, desde Iruecha, por carreteras rurales llegamos a Almazán donde retomamos la carretera hacia Soria. Este último tramo es, entre pinares, muy hermoso.

Ya en la ciudad, Machado. Machado por aquí y Machado por allá. Machado y Leonor. Poesía. Toda Soria está impregnada de la pareja: sus paisajes, sus arquitecturas... Cualquier rincón resulta entrañable porque el Machado de Soria es el Machado de Leonor, tierna y enferma. Eternamente niña. Poco más abajo de la iglesia de Santo Domingo está el Instituto donde trabajó el poeta. En homenaje suyo se conserva un aula que resulta un poco almacén de recuerdos. Pero es homenaje. Frente al Instituto, el restaurante Santo Domingo es recomendable. ¿Caro?... La ciudad da mucho de sí: Iglesia de San Juan de Rabanera, Plaza Mayor, ruinas de San Nicolás... Entre todo lo vetusto nuestra visita coincidió con una exposición urbana del peculiar Ripollés que puso mucho color y no dudo que polémica en la ciudad castellana. Del artista guardo un autógrafo y su desenfado. El choque de lo monocolor con lo multicolor. La compatibilidad simpática –esto pienso– de lo milenario con lo contemporáneo. San Nicolás... Concatedral de San Pedro, calle Real y... ¡El Duero! Duero, camino del Monte de las Ánimas y... ¡San Juan de Duero! Que aunque lo imaginaba más confundido con la naturaleza es irrenunciable visita. Y desde aquí, más Duero. Por la margen izquierda, camino de álamos, paseo de San Saturio hasta el convento donde el santo varón y patrón de Soria. Para llegar al paseo de San Saturio, preferido de Machado, hay que pasar por San Polo, monasterio templario que inspiró a Bécquer la leyenda "El rayo de luna".

Por la noche hay deliciosas visitas guiadas por la ciudad y luego recuerdo muy buen ambiente en las plazas de San Clemente y de Ramón Benito Aceña. En la primera, probé excelentes tapas en el Bar Pacho, en la segunda está la casa donde vivió Bécquer. Luego, quizás valga la pena callejear por la calle El Collado. Callejear y esperar la mañana que nos llevará, mañana, por algunas tierras de Soria.

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