Un final a lo grande
Ahí están las elecciones, a la vuelta de la esquina, y está claro que a los indios siempre se les ha engañado con espejitos, abalorios y whisky barato
Las rutinas son el salvavidas que nos mantiene a flote en todos los mares que se empeñan en tragarnos y convertirnos en los espectadores narcotizados de nuestra propia vida observando como esa masa de huesos, músculos y vísceras se hunde en alguna oscura profundidad iluminada tan solo por focos de escaparates con trapos en rebajas, neones de las páginas de contactos en las que se subasta las últimas oportunidades de la dicha o luces indirectas que enmascaran los colores reales de los alimentos en los lineales de las grandes superficies. Un abismo de salarios infames, de listas de la compra, de bancos implacables, de vértigo en los engranajes de la máquina en la que nos hacemos picadillo para las hamburguesas de McDonald´s.
Por eso es bueno organizar, de alguna forma, nuestros primeros actos cuando abrimos los ojos en cada uno de los días laborables, pero también en los festivos, incluidos Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión. Antes de que el alma languidezca y el enorme peso de algún gran vacío se apodere de nosotres (brutal este detalle de inclusión), es bueno poner el cuerpo en acción con algún pequeño acto de esos que nos mantienen en pie cuando todo se derrumba: sentarse en la taza del retrete a discurrir, poner la cafetera, abrir las ventanas para ventilar, barrer el pasillo -que es la parte de la casa que más se ensucia-, pensar en el menú del día, mirar los mensajes del Whatsapp -je,je, ja, ja,- y escudriñar las últimas noticias en alguna de las plazas del pueblo de las redes sociales a las que acude la gente normal a desahogarse derrochando amor a puñetazo limpio y también los concejales a demostrar su valía fotografiándose en las distintas posiciones del Kamasutra político. Una vez terminadas estas abluciones, ya tenemos el ánimo preparado para las grandes empresas.
Cumpliendo con mis costumbres dominicales he leído uno de esos mensajes que te piden que acredites tu valía como personae humanae copiando y pegando en tu muro (¡jamás compartiendo!) algunas frases que demuestran inequívocamente tu vocación de “más mejor amigo”. En función de la estación del año, de las inclemencias meteorológicas, o de si los gallos cantan en tenor o en barítono, unas veces se necesitan seis amigos, otras ocho y otras catorce para cerrar el círculo de las necesidades afectivas de quien emite el mensaje… Al parecer se pierden los derechos de amistad si no contestas reglamentariamente; así que, haciendo cuentas, debo ser una de las personas más solitarias del mundo porque no encuentro el valor de los afectos glaciales de internet y prefiero mostrarlos en privado, piel con piel, aliento con aliento. Por decirlo a mi manera brusca y antipática, creo que está mejor cuidar de los vivos que llevar flores a los muertos.
Ya está. Una vez hecho el trayecto por las rutinas, ya estoy en disposición de escribir sobre cosas con enjundia como la gran hoguera sobre la que la humanidad salta buscando sus destinos vacacionales. Esos fuegos que se ha encendido en casi todas partes para celebrar que, gracias al calentamiento del planeta, en un breve espacio de tiempo ya no habrá que encender nunca las calefacciones ni apagar el aire acondicionado. Esta tragedia que, siguiendo la antigua tradición del género humano de construir casas sin tejado y pedirle a los dioses que no llueva, hemos decidido ignorar porque supone dejar de transitar los caminos conocidos para adentrarnos en la espesura del decrecimiento, de las jornadas laborales que nos ofrecerán abundante tiempo libre (¡y qué hacer entonces!), de la reducción drástica de la productividad de usar y tirar enfrentándonos a la dramática pérdida de la felicidad capitalista fundamentada en la capacidad de endeudamiento de la clase obrera.
Nuestras autoridades ya se han puesto manos a la obra para evitar la depresión generalizada de la sociedad y en vez de promover entre los vecinos esa cosa tan aburrida de las nuevas tecnologías energéticas y destinar recursos a tratar de impedir el desastre, han decidido invertir el dinero público en bonos de consumo para que no decaiga la fiesta y dejar en manos de los de siempre la creación de grandes huertos solares que no se sabe muy bien si son tan necesarios o son solo la nueva burbuja que se inflará con inversiones muchimillonarias de los fondos europeos.
La cosa es que ahí están las elecciones, a la vuelta de la esquina; y está claro que a los indios siempre se les ha engañado con espejitos, abalorios y whisky barato. Y poniéndonos en lo peor y suponiendo que el primo de Rajoy fuera un farsante, si tiene que llegar el final que sea en atronadoras bacanales dentro grandes hipermercados. Ale, todos a tomar por el culo pero con el último modelito de Zara, una caña en la mano y un pescaíto frito a 50 grados en las mismas aguas del Mediterráneo a. ¡A lo grande!
Por: Felipe Navarro