Estación de Cercanías

Un hijo = 2.500 €

No vayan a pensar que no soy consciente de que toda ayuda es poca en referencia a los hijos, y venga del lado que venga siempre es bien recibida, pero me van a permitir que cuestione uno de los puntos más negros que veo en esta subvención al nacimiento, creada según José Luis Rodríguez Zapatero “porque España necesita más familias, y con más hijos, para seguir progresando”, y que me tiene un poco confusa en cuanto a su efectividad, así como a que su aplicación nos traiga consigo el fin deseado.
Posiblemente, poner precio al nacimiento de un hijo pueda ser un aliciente para aquellos que pensando en aumentar la familia vean en el dinero una golosina que endulce todavía más la llegada de un bebé, y posiblemente también, sea válido para que la disposición económica no sea un handicap a la hora de elegir el momento de hacerlo, probablemente. Pero de ahí a pretender que 2.500 euros sean influyentes a la hora de variar ideas en cuanto al concepto de familia y el número de miembros de la misma que cada cual tenga en su vida, me parece bastante optimista. La decisión de ser padres no es asunto irrelevante en la vida; el serio compromiso de tener un hijo no puede estar sostenido solamente por la espera de capital a su llegada, debería de ser convencimiento mutuo sobre la nueva vida que se presenta por delante y todas las buenas cosas que lleva en la maleta, y también sobre la inmensa responsabilidad que contraes al llevarlo a cabo, responsabilidad con un nuevo ser al que cuidar y educar dentro de las posibilidades de cada uno, porque nunca el cariño, el cuidado o la dedicación han estado unidos a la clase social, sin dejar a un lado nuestro deber de ser consecuentes con el resto de la sociedad, y hacerles llegar a una persona con sólidos valores que sea motor y no lastre para la misma.

Porque si bien es verdad que las familias y la natalidad es factor importantísimo en la evolución y progreso de cualquier país, no lo es menos que las familias del modo que sean (monoparentales, tradicionales, homosexuales) deben ser un colchón cómodo que acoja la evolución y crecimiento del nuevo miembro con las mejores condiciones posibles, condiciones que pasan imprescindiblemente por tener tiempo que dedicarles, y no dinero que rellene ausencias. Es en la carencia de horas que los progenitores les podamos dedicar donde está instalado el verdadero problema de la baja natalidad de nuestro país, que sigue sin acometer la unificación de horarios o la apertura estival de los colegios, medidas éstas con mucha más proyección en el futuro que los incentivos económicos.

Porque yo me pregunto, puesto que nada hay que justificar en cuanto a su destino final y a su aplicación, ¿de qué modo queda asegurado que el dinero de las arcas comunes se vaya a destinar a este fin, y revierta única y exclusivamente en la crianza del hijo? Con ello estamos propiciando que este regalito del Estado pueda significar para los que disfrutan de bonanza económica un nuevo caprichito a conseguir, mal menor en el caso que nos ocupa, pues en la parte contraria de las posibilidades se encuentran aquellos a los que la vida les maltrata y pueden ver en este pago por hijo la posibilidad de aliviar su precaria situación mediante una procreación remunerada que solamente les supondrá nueve meses de espera sin más responsabilidad para con ellos que alumbrarlos, aumentando ciertamente la cantidad porcentual que busca la medida, pero olvidando ante la acuciante pobreza la responsabilidad del hecho, consecuencias que volveremos a sufragar entre todos con el paso del tiempo.

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