Viéndolas pasar

Vueling in Love

No vayan a pensar que ésta es una columna romántica ni nada que se le parezca. El título que utilizo es el mismo nombre que lleva el Airbus con el que he venido esta vez a Bruselas, es más, es el avión en el cual estoy escribiendo esta primera parte de mi columna semanal. A unos once mil metros de altura sobre un mar de nubes precioso que permite hacerse una idea de lo nublado que está por ahí abajo, debe ser Francia, en contraste con el radiante sol que luce a esta altura.
¿Saben Uds. que Vueling, la compañía aérea, bautiza los aviones recogiendo las sugerencias de sus clientes? Hay aviones con nombres tan curiosos como “Vueling que es gerundio” o “Vueling voy, Vueling vengo”. Sabiendo esto y conociéndome, supondrán que ya he propuesto un nombre para un nuevo Airbus de esta compañía. Y no, no es “Placing de Toros”, es, como no podía ser de otra manera, la frase más utilizada por los villeneros (y villeneras, claro) desde que el mundo es mundo: “Día Vueling que fuera”. No sé si lo aceptarán, tengo claro que a poco que los gestores de esa compañía sepan lo que significa esa frase para nuestra ciudad, no dudarían en emplearla en una de sus aeronaves.

Y entrando ya en materia de lo que quería exponer esta semana, vengo a enlazar este vuelo, mejor dicho, el destino, es decir, Bruselas, con el tema de mi columna. En realidad debería ser titulada como “¡Qué bien se vive de la política!”. Es impresionante, se lo digo en serio, lo que uno puede ver sentado unas horas en cualquier rincón del aeropuerto de esta ciudad, puerta de Europa como algunos la denominan. Impresionante el chorro constante de personal “diplomático”, fácilmente identificable, que va y viene de un avión a otro, por las cafeterías y haciendo “shopping” por la terminal.

A esto unimos, como no puede ser de otra manera, un goteo no menos constante y caudaloso de personal uniformado, militares de la OTAN que abundan tanto por todo este país que tiene el “corazón partío” entre los flamencos del norte y los valones del sur, que andan, cada dos por tres, a tortas por culpa del complejo sistema de gobierno de Bélgica.

Me cuentan que en este país se da un fenómeno muy curioso. Las prestaciones sociales, concretamente para el desempleo, están montadas de forma muy favorable al trabajador, hasta el punto de que esa prestación no tiene fin y es de 1.000 euros al mes. Por asociación, muchos piensan que si trabajando cobran 1.500 euros y en el paro cobran 1.000… ¡qué trabaje su tía! Conste que esto me lo han contado varias personas de aquí, no es “rumorología”.

Este trasiego de funcionarios, políticos, diplomáticos y militares, esos viajes, sus dietas, sus gastos en hoteles, comidas, cenas y otros, ¿sabe Ud. quién lo paga? No, no es Camps como alguno irónicamente estará comentando. Esto lo pagan nuestros países, es decir, nosotros. Y es de suponer que algo deben estar haciendo cuando viajan tanto y tantos, aunque esto lo digo por algunos de ellos porque, como Ud. podrá imaginar, ni todos viajan para trabajar ni mucho menos trabajan viajando. La cuestión es que tampoco es algo que a los ciudadanos nos interese demasiado porque, como que nos pilla de lejos lo que pasa aquí. Tal vez porque todavía no nos hemos dado cuenta o no hemos interiorizado que las decisiones que se toman aquí influyen en nuestras vidas tanto o más que las que se toman en Moncloa.

En fin, ¡qué bien viven los políticos y allegados!

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