El Ordenanza

1 de Mayo, Día de la Madre

El Ordenanza. Capítulo 143

Escena 1

  • Pues qué, ¡quieres que te diga! A mí lo de “… la razón truena en su cráter, es la erupción del fin”, me parece una frase pa mayores de dieciocho.
  • Eran otros tiempos, mujer. Nadie pensaba entonces en el movimiento feminista o… nadie, al menos, era feminista practicante. ¡Ni las propias feministas!
  • Ya, tío… es un rollo que me pone triste… quizá demasiado… ¿generalizado? A mí me pone de mejor humor que es algo más turbio, como las premonitorias palabras del Frente Popular de Judea o algo así.
  • ¡Claro! Y una invasión extraterrestre, ¿no?
  • ¡Hombre, no! ¡Una invasión intraterrestre! Que dice no sé qué de erupciones volcánicas.
  • ¡O un texto apócrifo de San Juan Evangelista!
  • ¡Sí!
  • ¡Jajajaja!
  • Bueno, pues ya va siendo hora de tomarnos un aperitivo, ¿no?
  • ¿Tenéis gusa?
  • A mí, las manifestaciones siempre me abren el apetito, la verdad.
  • ¡No esperaba menos, Andrés!
  • ¡También te dan sed, pirata!
  • Pues, no le diría yo que no a una pinta bien tirá.
  • ¡Jajajajaja! ¡Lo sabía!
  • La verdad es que me apetece una cerve.
  • ¡Pues no se hable más!
  • ¿Vienes, alcalde?
  • No, chicos. Me planto en la tercera versión de la letra de la Internacional, que luego vienen las discusiones de si es el puño izquierdo o el derecho, que no estoy yo muy puesto en lateralidad, que vais al bar y le exigís al camarero que os trate como a un marqués y os pasáis el socialismo por el volcán en erupción, paso. ¡Jodidos burguesitos!
  • ¡Jajaajajaj! ¡Alcalde, me parto de la risa!
  • Que no. He llamado a mi padre y no me lo ha cogido. Voy a darme una vuelta y así la veo, que es el día de la madre.
  • Bueno, dale un beso de nuestra parte.
  • Espero que no sea nada…
  • Seguro que no es nada pero, prefiero la seguridad a vuestros debates proletarios después del carajillo quemao, zánganos.
  • ¡Qué agrio llegas a ser! ¡Qué necesidá!
  • ¡Pero tú te quedas! ¿Verdad, Sira?
  • No, marcho con él. Así veo a los suegris.
  • ¡Pues, hala! Siento causar estas dos bajas, mártires de mayo. ¡Poneos a la sombra!
  • ¡Agrio! ¡Más que agrio!

Escena 2

  • Señor Alcalde, tenga nuestro más sentido pésame.
  • Gracias, Avelino…
  • … yo… no entro en la mecánica de los funerales. No la entiendo. La pena es un sentimiento tan cristiano…
  • Tan humano, amigo. La pena es un sentimiento animal.
  • Lo sé, Avelino.
  • Perdonad que llegue a estas horas…
  • ¿Qué hace éste aquí?
  • Alcalde… yo…
  • ¿Tú? ¿Tú qué?
  • ¡Tío! ¡Te has cargado a la mujer más trabajadora que he conocido en mi vida el puto Primero de Mayo que, para más inri, es el día de la MADRE. Me parece, David, que necesitas mirártelo.
  • Lo sé, tanto como tú, Alcalde. Sabes que llevamos meses planeando que su fin sea lo más digno y memorable posible. Se la ha llevado la enfermedad, no yo. No soy cruel. No creas que me había olvidado de ella… ni ella de ti, créeme, que soy el que escribe esto, joder…
    Me puedes creer o no creer, pero estoy tan jodido como tú. Por eso… quiero contarte un secreto, que solo sabemos tres personas en el mundo: tu madre, tu padre y yo.
  • ¿Entre vosotros tres?
  • ¿Olvidas que yo los he creado?
  • Te voy a contar, más o menos, cómo se conocieron tus padres.
  • Acababa de terminar la Pascua y, ya sabes cómo son los adolescentes en primavera. Por cierto, no recuerdo cual, solo recuerdo que ÉL escuchaba a Celentano y trabajaba de aprendiz de contable en una fábrica que estaba por el Rabal y ELLA, no sabía si terminar los estudios o ponerse a aprender un oficio, porque le habían dicho que, en nosequé fábrica, iban buscando chicas “de mano”, que consistía en dar de cola, poner de cinta, doblar los traseros y escuchar la radio. ¡Amaba la radio! Quizá fue eso lo que la incentivó a decantarse por el aparao… bueno, ¡eso y que le pagaban a casi duro el día! Ahorrando un poco podría comprarse un picú y los discos de aquellos melenudos que tanto le gustaban. Por aquellos años, empezaron a traer algunos tocadiscos en una tienda que se llamaba Eléctryson y él, pagando a plazos, había conseguido uno. Así pues, junto a unos amiguetes, habían convencido al abuelo de uno de ellos, para que les dejase un corral y allí, previo encalado y desinfectado del local, organizar unos guateques brillantísimos, brillantísimos, que llegarían hasta las 22:30 horas o hasta que, a una vecina, se le hinchara la vena y llamara al sereno, que no sé si había o no. Resulta que, una tarde del primer domingo de mayo, ella fue a acompañar a una amiga porque, según la amiga, había quedado allí con el amor de su vida… pero el amor de su vida tardó en venir y ella, afectadísima, había decidido paliar su plantón, arrojándose a otros brazos más puntuales. Comenzaba a llover y, aunque allí estaba a resguardo, empezaba a sentir que no encajaba. Los chicos le hablaban… no le dejaban escuchar la música… había quién se acercaba más de lo adecuado y le resultaba molesto el olor a Ducados, la verdad. De pronto, una gabardina empapada, que ocupó la mayor parte de la estrecha puerta de entrada, llamó su atención. Al cabo de un rato, se sintió señalada y, al girarse, vio cómo él llegaba hasta ella. Sus mejillas se prendieron levemente. «Disculpa, me han dicho que Teresa ha venido contigo». «Teresa se marchó hace un rato y… » «… entiendo, ha sido culpa de la lluvia, que me ha pillado en la tienda de discos y… » «¿En la tienda de discos?» «Sí… estaba mirando un poco… » «¿Has comprado algo?» «Sí».

Escena 3

  • ¿Me vas a decir qué disco era?
  • Sí, alcalde. Es «Todos los chicos y chicas, de Los Mustangs». Toma: este es… aquel vinilo…
  • … gracias…
  • … ¿me das un abrazo?
  • … sí…
  • … créeme, comparto tu dolor.

“No sé cuáles serán los supervivientes definitivos,
los Miguel D'ors que lleguen a la última secuencia
-que según los antiguos es el paso de un río-,
pero le pido al Cielo que en aquel grupo esté, por favor,
el muchacho que una tarde,
mirándote mirar el escaparate de la librería Quera
en la calle Petritxol de Barcelona,
empieza a enamorarse de ti como un idiota.”

De "Hacia otra luz más pura", Miguel D’Ors.

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