El Diván de Juan José Torres

¿Adéu Catalunya?

Ante el escenario tan preocupante que se avecina el próximo uno de octubre, convocado el referéndum por el Parlamento catalán en unas sesiones exprés e irregulares, habría que reflexionar sobre las causas de este choque de trenes, que ya se ha producido, y sin atisbarse con claridad sus consecuencias.
Quizás habría que remontarse, rascando las memorias, al añorado Pacto de la Moncloa, firmado en plena transición española en octubre de 1977. Ese esfuerzo colectivo de las fuerzas políticas de aunar el hombro para transformar y consolidar una débil y naciente democracia tenía una contrapuesta peligrosa: contentar y respetar las diferentes idiosincrasias históricas y lingüísticas de los distintos territorios que conforman España. Así los primeros Estatutos de autonomía fueron el del País Vasco y el de Cataluña, ambos refrendados el dieciocho de diciembre de 1979, siguiendo después la estela el resto de comunidades.

Esos inocentes gestos de satisfacer viejas demandas son perfectamente comprensibles pero, desde mi punto de vista, con un riesgo no contemplado entonces, pues una cosa es conceder competencias autónomas para descentralizar el monopolio estatal y otra bien distinta regalar asuntos, para mí intransferibles, como las fuerzas de Seguridad del Estado, el Sistema Judicial, el Educativo o el Sanitario. Deberían existir, siempre y por encima de todo, unas reglas supranacionales que no estuviesen supeditadas a las tendencias ideológicas o políticas de los gobiernos autonómicos de turno.

Esta batalla se perdió al establecerse los Estatutos tal como se promulgaron y se volvió a ceder terreno al utilizar a las fuerzas nacionalistas como apoyos bisagra cuando los gobiernos centrales necesitaban una mayoría parlamentaria para gobernar. Así sucedió con gobiernos populares y socialistas, cediendo a las pretensiones de PNV y CiU a cambio de sus votos. Así, hoy tenemos un Gobierno catalán en plena rebeldía con la legalidad constitucional, unos Mossos d´Esquadra incompatibles con las fuerzas policiales de la nación, porque son ellos los que están al mando, unos altos magistrados designados por la Generalitat, unos centros escolares que promueven un reivindicativo espíritu contra el “imperialismo español” y hasta un Barça, más que un club, que a nivel institucional se alía con las tendencias independentistas.

Existe una confrontación que nadie supo ni quiso verla venir. Cuando los termómetros suben sus temperaturas son síntomas de que algo va mal y el gobierno de Cataluña ya defendió en el Congreso de los Diputados, no hace mucho tiempo, la Reforma de su Estatuto, una enmienda que en su caso, como en el del País Vasco, Galicia o Andalucía, requiere de una revisión especial que incluye un referéndum vinculante para su aprobación. No se aceptó en su día, como tampoco la nueva oferta de financiación que solicitó Artur Mas al ministro Montoro en 2012.

Ahora todos se rasgan las vestiduras y el gobierno quiere negociar. Quizás sea tarde. Todos han cumplido los cursos legales: el Gobierno haciendo uso de su mayoría parlamentaria y apelando a la legalidad constitucional, el Govern Catalá habiendo agotado sus recursos reglamentarios. El primero no va a permitir, bajo ningún concepto, que se celebre el referéndum, y el segundo se ha refugiado en la desobediencia. Ahora, el primero quiere volver a pactar, incluso ofertando una especial Ley de Financiación, mientras el segundo dice que la suerte ya está echada y que no hay vuelta atrás.

¿Faltó tiempo a unos? ¿Sobró prepotencia a otros? ¿No hubo en todo el proceso siquiera unas horas de reflexión de ambas partes para pedir un tiempo muerto, una tregua, otra concesión? El gobierno catalán recurre con frecuencia a los casos comparativos del referéndum en Quebec y Escocia. Malos ejemplos son. El canadiense tuvo lugar en 1995 y el escocés este mismo año, siendo en ambos casos derrotadas las opciones independentistas por escaso margen, pero con la diferencia de que tanto en Quebec como en Edimburgo les amparaban y bendecían las leyes vigentes. Volverán a intentarlo en el futuro, pero con los reglamentos en la mano.

En Cataluña esto ya no les sirve y su gobierno tiene el pretexto de ser ninguneados, otra vez, por Madrid. Seguramente el referéndum no se celebre el primer domingo de octubre, pero habrá que vigilar los daños colaterales del efecto dominó. Como nadie desea recordar la Semana Trágica de Barcelona de 1909, que se apele a la prudencia policial, a la diplomacia y diálogo político.

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