El Diván de Juan José Torres

Aforo y aforamiento

Dicen que el jefe siempre tiene razón, aunque se equivoque; o sea que el que manda ordena, aunque yerre. Por eso los que deciden en este país, los que ordenan mediante leyes, promulgan y legislan, nos mandan lo que tenemos que hacer basándose en una supuesta representatividad de unas elecciones que tuvieron lugar hace casi tres años. Como si en tres años no hubiesen cambiado las cosas ni la vida de millones de españoles.
Mandan, pero no quiere decir que tengan razón. Y no tienen razón porque mienten. ¿Por qué engañan? Por mantener sus privilegios, fundamentándose en esa mencionada representatividad y en una Constitución que hace aguas y que habría que modificar en muchos de sus artículos. El más importante de ellos es que todos los españoles somos iguales ante la Ley. Pues bien, si esto de verdad fuese así no habría diez mil aforados en España entre políticos, jueces y demás beneficiarios, aún no sabiendo por qué. Lo que está claro es que los representantes de las altas instituciones se blindan mediante leyes para que las propias instituciones no se vean amenazadas y se garantice la estabilidad de los pilares del Estado.

Vale. Eso lo podría entender. Pero que no digan continuamente que todos somos iguales ante la ley, porque saben ellos muy bien que no es cierto. Si el día de mañana ellos, los políticos, pretendiesen desaforarse para dar ejemplo de igualdad y tener los mismos derechos que el resto de mortales españoles se encontrarían con multitud de inconvenientes legales que deberían alterar. Probablemente ese objetivo de ser considerados personas normales tropezaría con cantidad de artículos, disposiciones y preceptos que alargarían durante algunos meses restituir su nueva condición. Sin embargo el aforamiento express del ex monarca Juan Carlos se ha producido en una semana, récord Guinness.

¿Por qué tanta prisa si el anterior rey se ha cansado de decir en sus discursos de Navidad que todos éramos iguales ante la Justicia? ¿Qué cosas temía para correr tanto y qué cosas tenían que tapar nuestro representantes aforados para aforarlo de nuevo con tanta urgencia? La verdad es que esto huele a chamusquina y a ocultismo, y ya que los medios periodísticos no se ocupan de averiguar qué se esconde detrás de todo esto, sería digno de un programa de Cuarto Milenio, presentado por el excelente Iker Jiménez.

Del mismo modo no dijo la verdad el nuevo rey, Felipe VI, en su primer discurso oficial: “todos cabemos en una España unida y diversa”. No es cierto. Ni este país está unido ni todos cabemos, por lo menos en las mismas condiciones de igualdad ante la Justicia. El aforo de esta nación es el que es pero nuestros jóvenes se marchan al extranjero y no de turismo precisamente. Nuestra galopante fuga de cerebros es cada vez más escandalosa, siendo muchos los jóvenes investigadores que, desaparecidas sus becas en el país donde nacieron y donde se formaron, tienen que irse fuera de nuestras fronteras a estudiar sobre el Alzheimer, el Parkinson o el cáncer.

No todos cabemos aquí, le diría al rey. Y aunque su Jefatura sea simbólica y testimonial, obligado a una intachable neutralidad, yo le aconsejaría que en un alarde de honesta locura fuese él mismo quien renunciase a su aforamiento. Ese gesto sería impactante y definitivo, obligando a los políticos a seguir sus pasos. Imagínense sus palabras: “Yo, el Rey de España, renuncio al privilegio de mi aforamiento. Puesto que mi cargo me exige una conducta ejemplar nada tendré que ocultar y de tener que responder ante la Justicia, será ante la ordinaria, como todos los españoles; pues no los reconozco como súbditos, sino como ciudadanos”.

Los sueños, a veces, se dicen en voz alta. Y algunos se escriben.

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