El Diván de Juan José Torres

Alfredo Rojas y el Café de las Doce

El sábado día diecisiete de diciembre, en la Troyica, a las siete y media de la tarde, tendrá lugar la presentación pública del libro “Alfredo Rojas y el Café de las Doce”, que con sumo placer y esmerada ilusión escribí para el premio de Ensayo “Faustino Alonso Gotor” que todos los años convoca la comparsa de Estudiantes. En el acto, flanqueado por el Presidente de la comparsa, Jorge Hernández, la concejala de Educación, Cultura y Fiestas, Concepción Beltrán, y Luis Sirera, nuevo Presidente de la Junta Central de Fiestas, me acompañará también Mateo Marco, quien presentará mi novel trabajo. Quedan por tanto invitados al evento los lectores y las leyentes de EPdV.
Alfredo Rojas fue el instigador del grupo del “Café de las Doce”, por tanto todo el manual gira en torno a él, siendo sus acompañantes Paco Prats Esquembre, Paco Salguero Porcel, Paco García Martínez, Faustino Alonso Gotor, Joaquín Barceló Verdú, el primero en fallecer, Juan Ángel Ribera Francés, quien sustituyó a Joaquín, y Vicente Prats Esquembre, el único superviviente de esta pandilla cafetera y tertuliana. Otros compadres ocasionales tuvieron el honor de acudir a estas citas, como mi introductor Mateo Marco; mas tan solo cito a aquellos que asistían con más periodicidad, omitiendo a los que lo hicieron solamente en contadísimas ocasiones.

¿Por qué rescato de la memoria a estos personajes y estas convocatorias del mediodía, a la hora del Ángelus? Es fácil de explicar, pues aunque resulta muy habitual que un grupo de amigos se congregue en cualquier sitio para hablar de sus cosas, lo verdaderamente relevante es que este grupo de Alfredo y sus amigos lo hicieron durante casi treinta y siete años, algo insólito en los días que corren; y además eran personas ideológica y religiosamente antagónicas y distintas, por lo que conlleva mayor mérito la larga temporalidad de estas reuniones. Hoy, por el contrario, es muy común hacer cruz y raya cuando nos enemistamos con alguien, poner en la lista negra a quienes nos ofenden, desquitarnos de un agravio, clamar venganza por un daño causado, responder con el ojo por ojo y diente por diente; y mal nos irá entonces si somos incapaces en conservar amistades, recuperar a quienes olvidamos, pacificar conflictos familiares, hacer las paces con un reencuentro o vivir en paz con los demás.

Un café puede absorberse en un minuto, pero en torno a un café se puede disfrutar una eterna hora. Una hora diaria cinco días a la semana, cuatro semanas al mes, doce meses al año, treinta y siete añadas en un soplo de vida. Esta es la historia de unos hombres que dedicaron una hora al día para hacer un homenaje al encuentro. Ofrendar la compañía de personas estimadas. Obsequiar a los demás lo mejor de sí mismos, ya sea para compartir los buenos humores que les concedían los días o las pesadumbres que inoportunas improvisaciones les acechaban. No había medias tintas ni medias varas de medir, expresaban sus alegrías y sus tristezas sin esperar el abrazo o el consuelo.

Imagino que como todo el mundo que se sincera a la otra parte de su orbe, con la única particularidad de que estas confesiones duraron un perdurable y hermoso tiempo, un intervalo temporal muy denso, tanto que, aunque no inventaron la palabra amistad, la concibieron; como si ese precioso concepto hubiese emanado de ellos mismos sin percibirlo en la sucesión de los días. Y quisiera por tanto reivindicar en estas líneas el placer de la tertulia, la necesidad del encuentro y el sosiego que produce reunirse con unos amigos para recuperar un prodigio diario. Tertulias amenazadas por los móviles y sus wasaps, las consolas y los videojuegos, las tablets y la captura de Pokémon pulsando una tecla. Nos vamos convirtiendo en autistas deteriorando la vieja y sana comunicación; vamos, sin darnos cuenta, ensalzando la incomunicación y el individualismo.

Por eso homenajeo a estos personajes. Porque nada puede sustituir la mirada, el gesto o la palabra. Ni el wasap, ni el correo electrónico o postal, ni tan siquiera la videoconferencia. Y estos protagonistas requerían audiencias físicas, conversaciones presenciales, necesitaban verse para hablarse, sentirse próximos para atisbarse, observarse incluso con cara de póker cuando alguien decía una barbaridad o liberar un resoplido para rematar una conversación.

Así que les espero en la Troyica el sábado diecisiete. Reivindicando tertulias.

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