El Diván de Juan José Torres

Alzheimer

Cualquier día de éstos, aunque espero que no lleguen nunca o tarden en caer, a usted y a mí nos podrían nombrar con palabras preocupadas, estar en boca de las gentes de nuestro entorno, ya sea en el familiar, en el social o en el más íntimo círculo de amistades. Podrían entonces decir, tanto de usted como de mí, frases como “fulanico está raro, se ha vuelto tonto”, o “a papá se le ha ido la olla”, o quizás “mengano se ha quedado en blanco en plena conversación” y un sinfín de calificativos hacia tu conducta o la mía que nos parecerían lesivos, exagerados o inventados.
“Pepita ya no limpia, a Virtudes se le ha olvidado cocinar, a Pedro lo han traído a casa desorientado y perdido”. Si las personas que nos quieren están atentas puede que a usted y a mí nos lleven en un santiamén al médico, y éste nos derive al neurólogo o al psicólogo, que nos hará preguntas sencillas que nos pueden sonar a chino. Si todo va bien podría resultar una falsa alarma, cosas de la edad y gotericas de los años. Pero podría ocurrir que dieran pronto con un claro diagnóstico: usted y yo tenemos alzheimer. Y también puede pasar, muy a menudo, que su familia y la mía, por dejadez o ignorancia, no nos lleven a la cita y sigamos enfermos en silencio.

Dicen que el Alzheimer es la enfermedad del siglo XXI, aunque habría que preguntarse si lo de verdad novedoso es el aumento de la esperanza de vida. Las personas viven más años, si no caemos antes, porque estamos más protegidas, aunque no siempre mayor longevidad garantiza calidad de vida, porque de qué sirven los años si no podemos con nuestros huesos, nuestra cabeza o nuestra alma. Y si nos dicen un día que tenemos esa enfermedad rara y de nombre alemán, quizás no nos afecte tanto, porque la ignorancia evita el sufrimiento, pero esta maldita enfermedad la padecerán los nuestros.

¡Qué crueldad más grande cuando llegue ese día en que no reconozcamos ni al marido, ni a la mujer, ni a los propios hijos! “¿Quiénes son éstos? ” Diremos incrédulos. Van entonces muriendo neuronas y las interferencias de memoria son más frecuentes, hasta que un cortocircuito apague casi todas las luces de los recuerdos, de las gentes que conocemos y queremos, y nos vamos quedando en blanco, a un estado donde ya no existe el pasado, ni señas, ni identidad, ni vida, quedando tan solo un nombre, un DNI vacío y sin contenido. Esa pérdida imparable de memoria es el inicio imparable de la angustia de los tuyos, de los míos.

Pero en tanto nos llegue ese momento si es que nos roza el alzheimer, no nos atormentemos. Sigamos viviendo con intensidad, con ternura y con la curiosidad necesaria. Sigamos la estela de la dignidad en nuestros trabajos y vidas y siendo lo mejor que podamos ser. Siga usted leyendo EPdV y yo seguiré escribiendo para contar bocanadas de vida. Viva en paz con los suyos y, mientras tanto, apoye a Asociaciones que, como la del Alzheimer, seguirán peleando por personas con nombres pero sin pasado y sin futuro. Personas que fueron historia y hoy con encefalograma plano en sus memorias.

El martes pasado fue el Día Mundial del Alzheimer, conmemorado en todo el mundo para reclamar conciencias y rescatar sensibilidades. En Villena pronto habrá un Centro de Día que, si bien no será la panacea ni la solución, atenderá a los enfermos y aliviará a los familiares. Un Centro por el que ha luchado la Asociación desde su fundación hace catorce años y que pronto nos ofrecerá las puertas abiertas a Villena y comarca, un Centro en el que no recuperaremos la memoria perdida, pero sí se colorearán pinceladas de futuro. Gracias.

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