El Ordenanza

Blitzkrieg

El Ordenanza. Capítulo 3

Escena 1. Hora del almuerzo.

En las redes sociales de todos los medios de comunicación locales, así como en sus páginas online, resalta la publicación de un comunicado del principal partido de la oposición. Lo primero que destaca en la noticia es la fotografía que la encabeza. En ella se presenta a un varón de edad mal definida, entre 30 y 45 años (es decir, que empieza a cumplir la edad que aparenta), con un corte de pelo tipo “seminarista salesiano”, cuya perilla encuadra un prognatismo mandibular y cuyo abultado abdomen entreabre los botones de su camisa de cuadros.

Se trata de don Roque Acevedo, el actual portavoz y número dos del citado partido. El contenido de la publicación es mucho menos sustancioso que la fotografía, llegando al placebo más absolutamente homeopático: insta a la nueva corporación a que cumpla sus promesas electorales.

Lo que llama la atención de Avelino es la celeridad con la que han dado comienzo las hostilidades ya que apenas han pasado veinte días del nombramiento de los nuevos ediles. Así, la oposición se salta a la torera los cien días de gracia que todo gobierno merece (aunque esto sea un invento norteamericano de 1933).

El desatino con el que está redactado el comunicado nos indica que sólo es un intento de seguir siendo visible mediáticamente, aún a costa de que la imagen de su caballerosidad sufra un gran agravio, como consecuencia de su falta de cortesía.

“Pobre Acevedo”, piensa Avelino, “es una víctima de su propio personaje”.

Escena 2.

Son las 23:40 y las luces de la sede del partido de Moltó permanecen encendidas. En una de las salas, alrededor de una larga mesa rectangular, se encuentra reunida la ejecutiva, aunque sólo se distinguen dos voces: la de Acevedo, con su singular manera de pronunciar las sibilantes, y la de la propia Moltó, que toma la palabra:

–Tenemos que continuar ejerciendo presión sin ningún tipo de tregua. Debemos encontrar la manera de que el “Alcaldesito” tire la toalla. Que sienta que su mandato va a ser un infierno y nosotros su pesadilla, su azote. Necesitamos que se desmorone y cometa fallos que hagan tambalear a su partiducho y pierdan credibilidad ante el pueblo. ¡Necesitamos que pidan su cabeza!

–Esta mañana ya les he mandado una declaración de intenciones: no les vamos a dejar respirar.

–Sí, bueno. Creo que no ha sido tan efectivo como piensas. Hemos de crear discordia y tensión sin que nuestros votantes se den cuenta. ¡Van a saber esos lo que es crispación!

–¡Bien pensado! ¡La mejor defensa es un buen ataque!

–Sí, pero no un ataque a ciegas: debemos obtener toda la información que podamos y utilizarla en su contra sistemáticamente para desgastarlo con rapidez.

–¿Estás pensando en un topo?

–Estoy pensando en alguien cercano, pero no tanto como para tenerle respeto.

–Mmmm, creo que tengo a la persona que nos puede mantener informados, Nuria.

–¡Perfecto! Te ocupas tú entonces, Roque.

El portavoz levanta el dedo pulgar e intenta esbozar una sonrisa mientras Moltó se dirige a él con tono áspero y amenazante:

¡Ah! Y no olvides que para ti soy la Señora Moltó. Nada de excesos de confianza, ¿de acuerdo?

Escena 3.

Desde la mesa que ocupa Avelino se controla todo el Bar Vero: un local rectangular y medianamente salubre al que acude a almorzar todos los viernes laborables desde hace casi 35 años, desde que lo abrieron. El ordenanza ha sido testigo del amarilleamiento progresivo de las paredes; de la innovación que supuso la instalación de aquel aparato de aire acondicionado que ahora gotea encima del mueble que contiene platos y cubiertos; del empañamiento gradual de las vitrinas que ofertan viandas (tales como magro con tomate, patatas al montón, longanizas, chorizos, sangre frita encebollada, ensaladilla, huevos rellenos, croquetas y boquerones en vinagre) y que están coronadas por sendas tortillas de patatas, con y sin cebolla.

Avelino toma un café con leche y media tostada con aceite.

A través del cristal translúcido de la puerta de aluminio se adivina una silueta corpulenta y una mano que empuja la hoja y la abre. Tras ella, aparece Roque Acevedo, que saluda al camarero (un mozo flaco absorto en los resúmenes de la jornada de la Europa League que dan en la tv).

El único cliente que permanece en el bar, hasta la entrada de don Roque, es el ordenanza.

–Avelino, siempre almorzando el último.

–Almuerzo cuando tengo un ratillo, don Roque.

–¿Puedo sentarme, con permiso?

–Claro, aunque ya sabe que yo no soy de mucha conversación.

–Niño, ponme un plato con bastante magro, patatas y tres longanizas, ¡que hoy es viernes! Je, je, je, je...

–Trae buena gana hoy, don Roque. ¿Le pongo algo de beber?

–Un rosadico con casera.

El mozo, que ha ido rellenando el plato conforme ordenaba Acevedo, lo introduce en un ruidoso microondas y vuelve a empotrar su mirada en la tele. Entre tanto, Roque ha tomado asiento al lado del ordenanza.

–Avelino, ¿Cómo va todo con el nuevo alcalde?

–Asentándose. Apenas lleva tres semanas en el cargo y...

–Creo que usted y yo hicimos buenas migas estos últimos cuatro años.

–Bueno...

–Por eso, me voy a atrever a pedirle algo en confianza, Avelino. Verá, este alcalde no me da buena espina. Creo que nos va a hundir el pueblo, aunque eso es algo fácilmente evitable pero, para evitarlo, me gustaría contar con su colaboración, por si se diese alguna anomalía y usted me lo pudiera comunicar rápidamente y, así, enfrentarla con prontitud y contundencia.

El ordenanza, que ya ha apurado su corriente con leche y su pan, no da crédito a lo que oye y, descruzando los dedos, responde con calma:

–Don Roque, llevo en este puesto 36 años. En ese tiempo, se han sucedido los partidos políticos en el poder y luego, conforme llegaban, marchaban. Nunca me ha preocupado el signo político de los alcaldes, ni las guerras abiertas entre ustedes, los políticos, pero sí su honradez y, lo que me acaba de plantear usted, don Roque, no me parece honrado. Yo soy funcionario y, mientras ustedes van y vienen, deciden y pelean, aciertan y conspiran, yo cumplo con mi trabajo. No soy un espía, Roque. Tengo 61 años y me jubilaré poco antes de que acabe esta legislatura. Así pues, voy a pensar que usted está bromeando, voy a olvidar su propuesta, voy a invitarle al almuerzo de hoy y voy a volver a mi puesto de trabajo. Muy buenos días, señor Acevedo.

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