De recuerdos y lunas

Chupa Chups

Hace unos meses en Italia, la Autorità Antitrust, tras una denuncia de una asociación de consumidores y del Instituto Nacional Italiano de Investigación sobre Alimentos y Nutrición, puso una multa de 40.500 euros a Chupa Chups por publicidad engañosa al sugerir en un anuncio que la popular golosina con palo no engorda. La empresa española Chupa Chups de la familia catalana Bernat fue comprada este verano por el grupo italiano Perfetti Van Melle. El caramelo que conquistó el mundo hasta la China dejó de ser nuestro.

Poco debe importar esto en un mundo globalizado, pero con estas cosas que no deben importar uno va perdiendo los orgullos localistas de la infancia, las jactancias que nos permitían en verano ser altivos contra los únicos que entonces, en nuestro limitado mundo conocido, usaban tanga negro para bañarse, los franceses. Porque satisfechos de nuestra golosina aborigen e internacional, les chinchábamos en aquel tiempo de playa esporádica, dominguera, retrucándoles contra los Citroën, los Renault y los quesos. Y con el Chupa Chups era también la tortilla de patatas, el futbolín y la fregona. Tétrada, entre otras cosas, para alimentar nuestro orgullo, salvado también con el gol lejano –pero eterno– de Zarra, las copas del Madrid y el “La, la, la” de Massiel, olvidando siempre a los premios Nobel de la Patria.

El Chupa Chups ya no es español porque no es catalán. O no es catalán ni español, porque es italiano. Pero en un mundo globalizado y en el que compartimos mercado común con los de los Apeninos apenas nos debiera importar. Como no nos importó no ganar el Mundial después de tanta ilusión "A por ellos oé". O sí. El precio de la cosa, euro arriba euro abajo, rondó los cuatrocientos millones de euros. Y la pela es la pela. O el euro es el euro. Empresarios catalanes y otras empresas multinacionales estuvieron en el mercadeo, no interesándoles por considerar caro el precio o por no entrar el producto en sus estrategias comerciales. Lo que ya no tiene vuelta de hoja es que el Chupa Chups, como la última copa mundial de fútbol, es italiano.

Se me ocurre ahora, que no hubiera sido mala idea que en plena campaña de los puntos la Dirección General de Tráfico (DGT) hubiera pujado por la empresa, quedándosela para poder premiar a los buenos conductores y para corregir, frente a humos y riesgos, a los conductores que fuman, o a los infractores, con el consumo de la golosina. Aunque no sé si de haberse propuesto la idea en Consejo de Ministros, la Ministra de Sanidad se hubiera opuesto por aquello de la lucha contra la obesidad que nos viene. Que primero fue el tabaco y ahora serán las golosinas. Que al tocino, sazonado o a la brasa, le queda un corte de cuchillo. Y eso que ya se van encargando los precios de la vivienda y los inevitables préstamos hipotecarios de dejarnos al borde de la anorexia. Que cada vez quedan más lejos los finales de mes. La DGT tenía que haber comprado la empresa. El Chupa Chups nos endulza la vida y nos tapa la boca. Sería bendición para conductores que insultan encendidos. El Chupa Chups propicia la tranquilidad, la bondad. Además, ¿se imaginan que les multe la Guardia Civil y con la denuncia le regalen un número de Chupa Chups proporcional al de los puntos perdidos?... ¿Quién iba a enfadarse?... Esto aunque, algún día, en los letreros luminosos que despistan la conducción podría leerse intermitente: "No abuse de las golosinas. Control de caries". "No abuseu de les llepolies. Control de càries". Y entonces, el palo.

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