El Diván de Juan José Torres

Contradicciones imperdonables

El juramento hipocrático, inspirado en unas normas éticas por el griego Hipócrates y adaptado después por Galeno, es como la Constitución de los países democráticos pero en el ámbito de quienes ejercen la medicina. Es el marco moral por el que se rigen millones de médicos de todo el mundo al jurar unos principios sagrados que procuran el beneficio de los enfermos, no su perjuicio. En la Convención de Ginebra, en septiembre de 1948, la II Asamblea General de la Asociación Médica Mundial actualizó este Juramento al haberse comprobado el quebrantamiento de la ética profesional por muchos médicos durante la II Guerra Mundial.
Entre otras citas del Juramento se puede leer “no permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, de partido o de clase”. Por tanto, haciendo honor al sentido común, todas las legislaciones de los mundos civilizados deberían ser compatibles con esta declaración de intenciones de la profesión médica; sin embargo, y a los hechos me remito, en ocasiones las propias leyes ponen trabas para esta noble tarea de atender a cualquier enfermo sea cual sea su condición. Nada, ni siquiera aunque esté refrendado en un Estatuto de Autonomía, debería impedir el sentido humano del ejercicio médico.

En las últimas semanas ha sido noticia la fuga de médicos, muchos de ellos especialistas, de las Islas Baleares. El motivo, la obligatoriedad de aprobar el catalán al opositar a una plaza pública en la Sanidad balear. Que el idioma origine una frontera a la hora de ejercer una profesión, existiendo una lengua común y oficial como es el castellano, me resulta no solamente absurdo, sino paranoico. Que a un médico se le obligue a hablar un lenguaje para desempeñar su actividad es tan irracional como si a un bombero se le impide apagar un incendio porque no conoce la jerga del lugar, cuando su único argot es la llama que está viendo y tiene la voluntad de extinguir.

Así las cosas, Juli Fuster, Director General del Servicio de Salud de las islas, ha afirmado que no se van a producir esas evasiones de personal porque el “decreto que se tramita tiene muchas exenciones”. Pero el hombre, tan pancho, manifiesta también que “el catalán es un requisito y esto ya no lo discutimos porque ya se aprobó hace un año y medio en el Parlament. Es un requisito queramos o no porque así lo pide nuestro Estatut d’Autonomía e incluso la propia Constitución española habla de la protección de las lenguas menos habladas”. Argumenta así en su defensa que esta desfachatez está publicada en el Estatut y amparada por nuestra Constitución española.

Teniendo desde este punto de vista razón el Director General, no me queda otra que apelar en esta carta a los Reyes Magos de Oriente que, por favor, para el año 2018, impere la sensatez y la inteligencia en este contradictorio país, pues los disparates de unos y de otros no se sostienen en ningún pensamiento cuerdo que se precie. Se dan incoherencias que parecen extraídas del concepto kafkiano, pues al mismo tiempo que el Govern balear pone cortapisas a la práctica de determinadas profesiones, otorga partidas presupuestarias para Proyectos de Cooperación Internacional, incluidos en estos planes algunas ONGs como Médicos sin Fronteras.

Unos Médicos sin Fronteras cuyo único idioma que utilizan es el de sus conocimientos, su experiencia y su abnegado altruismo; desperdigados por todos los rincones hostiles del mundo y jugándose la vida en todo momento. No necesitan hablar catalán, ni esperanto, ni tampoco idiomas tribales de la zona; tan solo un poco de inglés por ser el habla más universal y las jerigonzas de sus herramientas para aliviar y sanar a sus pacientes. Nada más. Y mientras esto ocurre y algunos gobiernos autonómicos se vanaglorian de su indiscutible solidaridad internacional, aplican, a Dios rogando y con el mazo dando, decretos que obligan al exilio a médicos españoles.

Como me rebela tanto tanta obcecación mental, sólo pido a los sabios Reyes unas pequeñas dosis del juicio que les sobra para que iluminen, como estrellas estelares navideñas, a políticos incompetentes que con tantos despropósitos nos gobiernan.

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