De recuerdos y lunas

Cotidianogramas

Que el arte de la fotografía no consiste solamente en apretar un botón lo tenemos dicho desde cuando glosamos en esta columna la figura de nuestro compañero Joaquín Marín a quien debemos, sin saber cómo pagarle, la ilustración selecta semana tras semana de nuestros artículos en la versión digital de EPdV y, esporádicamente, en otras publicaciones diversas. O cuando hablamos de la exposición que tanto nos gustó, "Simetrías y Secuencias", de Manuel López Francés en la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihuela. Ahora toca glosar el arte de fotografiar –el arte– a raíz de la exposición "Cotidianogramas" en El Túnel, que son "cuadros" bellísimos de Laura Torres Gandía.

Cuando la última edición de Arco (Feria Internacional de Arte Contemporáneo en Madrid), Antonio Gala disparaba con puntería desde "La tronera" (El Mundo, 16.02.2010) una saeta que invitaba a la reflexión sobre el arte, sobre su ser, sobre su esencia. En realidad, nada nuevo bajo el sol por ser reflexión recurrente ante la nebulosa explotada por las diversas vanguardias de todo lo que se dice o pretende arte, evidentemente manifiesto en esta feria –la de Arco– donde siendo noticia falsa, no suena a descabellado el que pudiera venderse como obra de arte una fregona olvidada por el personal de limpieza el día anterior a la apertura de la muestra; o donde un lienzo manchado con pinturas por niños de guardería puede despertar comentarios tan sesudos como peregrinos de los espectadores; o donde las zapatillas de mi hija Teresa olvidadas todas las noches en el salón de casa y que tanto le reprocho podrían pasar, así abandonadas en el rincón, como magnífica joya museística a un experto crítico. "Tiempo atrás –escribe Antonio Gala– creímos que arte es lo que emociona o envuelve o define a través de una idea de la belleza. Eso ya es Altamira." Y nosotros aún estamos así. Así y ahí. En Altamira. Lo sentimos por algunas vanguardias de las vanguardias, pero ya tiempo que no vemos arte en lo que no nos emociona. ¿Sentimiento primitivo?... No lo sé. Pero ya tiempo que no nos mueve sino lo que nos conmueve. Así de sencillo.

Visitando "Cotidianogramas" de Laura Torres Gandía nos emocionamos mucho y nos sentimos envueltos y apreciamos belleza. Así que lo sentimos como arte. Sin ninguna duda lo vivimos como mucho arte. Especialmente nos emocionamos con las imágenes de "La casica del abuelo" o con las de "Lo que el tiempo se llevó" –aquí por lo que estas fotos tienen de honor a la memoria que tanto nos importa– o con las de Ani –aquí por la seducción de su pelo edénico–. Un pelo que alguna vez soñamos con ternura para alguna de nuestras hijas cuando aún no habían nacido. O con la foto del abuelo Pepe –Pepe Torres– abrazando riente todas sus filantropías.

¿Y hemos dicho ternura?... Ternura es lo que rebosa en la fotografía de Laura Torres. Mucha ternura. Cálida ternura exprimida de lo cotidiano, de un día a día que se eleva a maravilla iluminada de sol. Y de lo cotidiano, lo íntimo. Hay un tono de intimidad en la exposición que a veces asusta. A mí me asusta desnudar tanto la intimidad. No por su desabrigo sino por el riesgo de que alguien pudiera abusar de ese tanto darse, contra quien se entrega.

Finalmente no sé si corresponde, hablando de imágenes, hablar de palabras. Pero conjurando lo inoportuno de esta opinión última, hemos de señalar que los títulos y comentarios a las imágenes expuestas son entrañables y bellos. Redundando en la preciosidad de las fotografías, nos parecen también arte al decir con excelencia.

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