Aquella noche se besaron junto a la puerta, enlazados el uno al otro. La luz de las farolas de la calle Mayor iluminaba las siluetas de los edificios, dibujando sus sombras sobre la acera. La negrura caía despacio, suave y fría sobre su ciudad. Al alrededor la noche estaba en silencio, mientras ellos reían mirándose a los ojos, sin dejar ni un momento de besarse.
Todo ocurría lentamente. La mano de él sobre su cadera, los mordiscos de ella sobre su moflete, el roce de sus labios, las sonrisas compartidas, el cariño que brotaba a partir de lo prohibido... Entonces él se separó un poco para decir algo, pero ella se lo impidió con dulzura, poniéndole un dedo sobre su boca, como rogándole que no pronunciase una sola palabra. Se agarraron otra vez por las cinturas y se besaron de nuevo. Así se quedaron mucho rato, callados junto a la puerta, frente a frente, juntos y revueltos al tiempo que por la mente de ambos aparecían preguntas para las que no se tienen respuestas.
Ella sonrió, dulce y tierna. Parecía más inofensiva e inocente de lo que en realidad era. Sonrió porque él le gustaba mucho más de lo normal. Se fijó en su perfil: barba sin afeitar y arrugas incipientes en unos ojos que la miraban de cerca, demasiado francos y sinceros, aparentemente calmados. Por alguna extraña razón le hacía sentir a gusto, tranquila, segura, feliz. Quería que estuviera en su vida. Quería reír a su lado, saber cómo sentía y pensaba, cómo veía el mundo, cómo la veía a ella. Quedaba tanto por descubrir juntos, por vivir. Sonreía porque esa noche él estaba allí, con ella.
El sonrió, dulce y tierno. Había estado una temporada perdido entre sirenas, dejándose llevar. Sonrió porque ella le fascinaba mucho más de lo normal. Tan tímida y vergonzosa, tan inteligente y serena, tan guapa y misteriosa. De todas las mujeres que habitaban en su interior había algunas que todavía no conocía, que quizás no llegase a conocer nunca, pero quería intentarlo. Quería que estuviera en su vida. Ansiaba saberlo todo de ella, acompañarla en sueños y recuerdos. Quedaba tanto por compartir juntos, por soñar. Sonreía porque esa noche ella estaba allí, con él.
También estaban los miedos, por supuesto. Las dudas infinitas. Los dilemas que les hacían sentir, por instantes, que todo aquello no era más que un tremendo error. La edad y el qué dirán. La distancia y el pasado. Titubeos que les llenaban de incertidumbre e indecisión. No era el suyo un amor civilizado, de 14 de febrero y columpio en el jardín. Ambos lo sabían, ya no eran unos críos. Todos esos interrogantes les acompañaban también aquella noche, rondándoles por la cabeza mientras se besaban en el portal.
Y sin embargo… sus miradas se cruzaron de nuevo, silenciosas entre besos, y sin decirse una sola palabra se dijeron muchas cosas. Que sí, que a veces la vida golpea; que el karma es una mierda; que no hay decisiones fáciles; que hicieran lo que hicieran igual metían la pata hasta el fondo; que mientras se anda por los años no se encuentran caminos rectos sino sendas empinadas; que las cosas podrían ser más sencillas y simples, menos jodidas, pero son como son, porque la existencia es una hoja en blanco y nuestro transitar un enigma indescifrable; que sería fatal ilusionarse con el felices para siempre y el comieron perdices porque ambos sabían que eso no solía salir bien… pero que allí estaban los dos a pesar de todo, besándose en un portal. Y mira, a lo mejor salía como el culo, pero de esa forma habían venido las cartas. Así que, qué remedio, jugarían esa mano y a ver qué tal les salía. Total, en el peor de los casos, a fin de cuentas, el asunto se reducía a decidir dónde irían con sus besos y con sus vidas. Dos cosas que, ya ves tú, tampoco tenían tanta importancia.
Todo eso se dijeron sin abrir la boca. Y ella y él parecieron entenderlo de golpe. O igual seguían sin entender nada, quién sabe, pero sus ojos se encontraron y dejaron atrás sus miedos, se sintieron confiados y libres, ocultaron sus dudas infinitas. Decidieron dónde irían con sus besos y con sus vidas. Luego se dieron la mano y caminaron juntos hacia Santa María, quizás hacía el futuro, radiantes y felices, llenos de esperanzas, mientras sonreían a una oscuridad que a su alrededor, más allá de los tejados que se recortaban en el horizonte, lo inundaba todo.