El Diván de Juan José Torres

Deslices y miserias del partidismo político

Recuerdo de mi época de concejal de Educación y Turismo que un día cometí la desfachatez e imperdonable barbaridad de sugerir a varios socios del gobierno municipal un civil y político sacrilegio: invitar a José Francisco Navarro, portavoz del PP en la oposición, a que me acompañara a una importante reunión con la Consellería de Educación y al Patronato de Turismo. Alguien me miró con mala cara, otro hizo muecas de disgusto y quien más, quien menos, me preguntó si había perdido la razón. Como si nada, fruncí el ceño, me encogí de hombros, parpadeé y solté “¿por qué no?”.
Sé que no se encajó bien la propuesta y cayó en saco roto. Era políticamente improcedente por impensable. Y porque nadie lo iba a permitir. Pero yo, tan entusiasta como ingenuo, me preguntaba dónde radicaba el problema. Porque si se iba a reivindicar una vieja demanda y se solicitaba un servicio a la administración autonómica, ¿por qué no recurrir a la oposición? La inocencia es tan grave que uno piensa a lo ligero. Y el idiota que firma creía que sería más fácil obtener el beneplácito de la Consellería si íbamos todos juntos, demostrando que había consenso y aprobación unánime en el Pleno.

¡Agua de borrajas! Simplemente No. ¿Cómo desde el Gobierno Municipal y desde cuándo, se invita a la oposición, ideológicamente tan distante, a una cita oficial? Desde mi inocencia pensaba que, puesto que el gobierno autonómico estaba en manos del PP, más fuerza se haría en conseguir aspiraciones viejas e importantes. No. “¿Pretendes cargarte a los partidos?”. “¿Quieres ser el hazmerreír del ayuntamiento?”. “¿No te das cuenta que la oposición puede aprovechar el asunto como debilidad nuestra?”. “¡Qué más da!”. Me comentaba. “No es tan importante que las flores sean compartidas, si finalmente se consigue algo”. No me acompañó, finalmente, el concejal opuesto.

Pero no quisiera que se quedaran ustedes con la idea del ejemplo. Políticamente, aquel Gobierno Tripartito actuó en consecuencia, nunca compartida por mí. No piensen que aquel era un mal gobierno. Hizo lo que buenamente pudo dentro de sus limitaciones, económicas y administrativas. Se topó ese gobierno, hay que decirlo, con una intransigencia ciudadana a todos los niveles que el equipo actual jamás se encontró, por más que ha redoblado los motivos por activa y por pasiva. Tuvo honestidad y coherencia, pero también fue esclavo de los clichés y etiquetas que han predominado siempre: “nos toca gobernar y somos autosuficientes”.

Por más que se gobierne, nunca es un equipo autosuficiente. Ni los unos ni los otros. Ni a nivel general ni local. Porque no deseo que intuyan los lectores de EPdV que este artículo es una crítica exclusiva al anterior gobierno consistorial. Son los mismos defectos, los mismos pecados políticos los que se comenten legislatura tras legislatura y gobiernen los unos como los demás. El pueblo vota y los elegidos están obligados a gobernar, con mayorías o en minorías. Pero gobernar es atender y atender no es olvidar. Y todos caben para la complacencia y nadie debe quedar en la exclusión.

Nadie es más importante que el resto y nadie es inferior a los demás. Dicho esto y teniendo en cuenta que un ayuntamiento depende siempre en su buena gestión de administraciones superiores, ¿por qué se miran tanto al ombligo propio, a sus únicas siglas, a sus logotipos partidistas y a sus colores de partido? Sirva este artículo para recordar que nunca hay que arrinconar ni a grupos ni a personas. Aplaudir a unos mientras se abuchea a otros no es el camino, es seguir un vicio interminable. Después de la política continúan las personas. Hágase un esfuerzo por la sensatez, la superación partidista y los esfuerzos conjuntos por mejorar la ciudad, mucho más hermoso e importante que los devaneos personales y las enemistades peligrosas.

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