Vida de perros

Después la Ética

Le gustaba repetir al viejo Bertolt Brecht aquella iluminada máxima de su cosecha: “primero la comida, después la ética”. No es de extrañar que el aforismo provenga de un hombre cuya vida transcurrió entre guerras, entre postguerras (1898-1956). No extraña que el aforismo provenga de un hombre que abandonó su Alemania natal –decidió tras el incendio del Reichtag en 1933– para vivir en el exilio; recorrer varios países europeos y llegar a unos Estados Unidos todavía no repuestos de la crisis del 29. “Primero la comida, después la ética” decían algunos de sus personajes regresando a los primeros instintos humanos (obligados a vivir libres de adminículos modernos a causa de los estragos que las guerras habían causado en sus vidas).
Primero la comida, después la ética. Piensen por un momento, queridas personas, en estas palabras como en el enunciado de un silogismo –argumento que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce necesariamente de las otras dos (DRAE)–, e intenten por su cuenta enunciar esa tercera proposición. Puede que al enunciarla encuentren un atisbo de luz que rompa la oscuridad de estos tiempos oscurecidos por el capitalismo (término que ya podemos pronunciar sin que nos tachen de marxistas).

Yo lo intenté: Primero la comida, leí y adiviné el instinto animal de supervivencia que antecede al pensamiento, a la coherencia. El animal alimentado ya puede despreocuparse y pensar, puede valorar sus acciones, puede contenerse, reprimirse, corregirse… Reflexiones sobre su ser que no puede siquiera atisbar cuando su existencia depende de un trozo de pan que no tiene. Entonces llegó lo de después la ética, y me obligó a pensar en qué llegaría a hacer para alimentar a mi familia. Planeé sobre los testimonios comunes y diarios de gentes que hablan de la situación que viven en la actualidad: familias que perderán sus hogares, familias que sufren por conseguir pan, ropa, comida, para sus hijos. Primero la comida, pensé.

Me vino a la cabeza la expresión del joven Bert después de un par de empujones auditivos de la COPE. Me vino porque sí, de repente, después de escuchar su sección de “Barbaridades encontradas en los libros de Educación para la Ciudadanía” y mientras escuchaba la noticia sobre la visita del secretario de Estado del Vaticano Tarcisio Bertone. Me vino mucho antes de presenciar las imágenes de la Pasión (junto a Bertone) de Antonio María Rouco Varela. Y se marchó con la canción de cumpleaños feliz entonada por Esperanza Aguirre, magnificando su despreocupación por lo que arrastra. Pero antes de disolver mis pensamientos, bañados en comida y religión, arrastro el convencimiento de que de una vez deberíamos destinar los presupuestos destinados a la Iglesia –esa moral usurpadora de la ética– en beneficio de la comida.

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