El Diván de Juan José Torres

Dios, Jesucristo y la costilla de Adán

Aviso a los creyentes muy susceptibles que me confieso agnóstico. Todavía están a tiempo, en estas líneas de inicio, de abandonar la lectura; sin embargo sospecho que a más de uno le embargará el morbo y acabará el artículo estoicamente y aun pestañeando hasta el final. Declarada mi no creencia –que no animadversión– afirmo que no soy inmune a las influencias religiosas, más cuando han condicionado y supeditado a un sector importante de la sociedad.
Sospecho que Dios, el Padre de la Trinidad, tiene una ideología de derechas. Creador del Universo y un completo desconocido ni se moja ni interfiere en los asuntos mundanos, no repara en las injusticias ni sanciona las barbaridades, oficializa a una jerarquía eclesiástica arcaica y rancia, otorga cuando calla no diciendo ni “mu” en los numerosos casos de pederastia de sus evangelizadores y, además de eso, se me antoja machista, pues creó a Eva de una costilla de Adán para parirle hijos y evitarle una marchita y desconsolada soledad.

Jesucristo en cambio representa un rostro más humano y familiar. Se conoce su existencia y sus sacrificios entre esta desalmada especie humana. Compartió el pan, multiplicó los peces, utilizó su palabra como arma de paz, expulsó de los templos a los mercaderes y socorrió a María Magdalena, la pública mujer que iba a ser lapidada. Y no satisfecho con su generosidad prefirió morir, como otro mártir, para ejemplo de sus seguidores. Dicen de Él que fue el primer comunista antes de Marx, pues vivió compartiendo.

En cuanto al Espíritu Santo, el tercero en discordia, ha surcado los cielos sin rumbo fijo, pues se trata del correo epistolar entre el Padre y el Hijo. Dios, como Padre conservador, no puede permitir que su único Hijo, llamado Jesús, se vaya a la aventura, se junte con pescadores, prostitutas y mendigos y rete, por muy pacífico que sea, a todo un sistema político que inspiró a Hitler. Tan terco resultó el Hijo que murió crucificado en una cruz y además desnudo, como rezaba la tradición. Lo del pañal fue la censura de las épocas posteriores.

De modo que el Espíritu Santo actuaba de emisario entre ambos para una posible reconciliación. Llegó tarde. Nadie más lo ha visto. Quizás algún halcón regio, de instinto rapaz y depredador, se lo zampara en pleno vuelo. Su figura, no obstante, sí ha sido reconocida como símbolo de la paz representada en paloma mensajera, y hasta pintada por genios como Picasso o Alberti. Ni siquiera el ave del logo del PP podrá nunca asemejarse a ese abnegado espíritu. Ya lo intentó antes el Ave Fénix y sucumbió en el intento.

De manera que si aspirara a la reconversión y tuviera que elegir, prefiero a Jesucristo. Para nacer en un cuchitril tuvo agallas, fue solidario, generoso y predicó más con los hechos que con las palabras, al contrario que la curia romana y vaticana que sermonea con el verbo mientras relucen sus preciosas piedras, sus oros y sus platas, y se proclaman jueces, censores y legisladores. Perdonan a sus pederastas porque “la carne es tentadora y la fe débil” y amenazan con excomulgar a quienes les señalan con el dedo. Jesús habría echado a patadas a pederastas, obispos y cardenales.

Y si Jesucristo vivió entre pobres y luchó contra injusticias admiro a los que, como Él, entregan su tiempo y su vida sin esperar el Cielo. Y acabo la narración solidarizándome con Eva, la de la costilla ortopédica, porque su dependencia a Adán tuvo connotaciones machistas. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, siendo la mujer un simple complemento u objeto de deseo. Pero las mujeres no son esclavas de nadie. Son libres como el viento y son dueñas de su propio destino. No pertenecen a ninguno ni son escrituras de ningún señor. Ni siquiera de Dios.

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