Cartas al Director

¿Dónde están los Derechos Humanos?

Todo el pueblo saharaui grita, pide ayuda, pero la indiferencia de occidente les silencia una vez más

Desde muy pequeña me ha gustado la justicia, por navidad pedía la paz en el mundo y hablaba de derechos humanos. Creía que había unos pocos niños en el mundo que no podían ir al colegio, dormir en una cama o comer todos los días; me acuerdo que me daba mucha rabia y me ponía muy triste que esto sucediera.

Aun así pensaba que era algo bonito, y bueno. Hoy, unos cuantos años más tarde, puedo decir que he conocido diferentes realidades que me han hecho cambiar la forma de ver el mundo. He comprendido que luchar por los derechos humanos no es solo querer que unos pocos niños tengan acceso a la educación, a un hogar y una alimentación digna, que la lucha por los derechos humanos es mucho más, y que no son unos pocos niños, son millones y millones.

Al conocer todas estas diferentes realidades me he dado cuenta de que hay muchas luchas justas a las que unirse y muchas injusticias con las que terminar, la falta del cumplimiento de los DDHH no es solo en los CIES, en países subdesarrollados o en las películas, sucede en todos los lugares, hasta en nuestro pueblo, pero hoy voy a hablaros de otro pueblo, el pueblo saharaui.

Me cuesta meter en una misma frase pueblo saharaui y derechos humanos, sin tener de por medio la palabra violación, incumplimiento o robados, porque al final, los DDHH de estos fueron robados con su libertad cuando se produjo la ocupación de su territorio, hace más de 45 años.

Cualquiera en su sano juicio sabe que los derechos humanos no son iguales para todos, que hay en lugares en que ni siquiera se conocen y personas que los piden a gritos.

El caso de Sultana Khaya

Sultana Khaya es una de ellas, es una mujer saharaui, activista y defensora de los DDHH, vivía en Alicante hasta que volvió a su casa para estar cerca de su familia, porque la guerra en su país había empezado de nuevo. Sultana, su hermana Lwara y su madre Matou llevan viviendo bajo arresto domiciliario más de un año.

Las fuerzas marroquíes ¨viven¨ con ellas, en la puerta de su casa, y se encargan de que no tengan ni un solo día en paz, no les dejan salir, ni permiten que nadie entre, les han torturado, física y mentalmente, les han violado, les han robado, hay noches en las que han entrado hombres a su casa, les han hecho de todo, les han destrozado y quitado lo poco que les quedaba, en diversas ocasiones hemos visto como vertían químicos y pesticidas por la fachada y la entrada, como les vertían orina, las han arrastrado por el suelo y pegado sin miramiento. Aun así, ellas resisten.

También lo piden a gritos los niños, los que viven en un campamento de refugiados en la Hamada Argelina, los que no conocen más allá de las dunas del desierto, los que sobreviven a las altas temperaturas, a la falta de medicamentos y de comida, los que beben de bidones y duermen en el suelo. El problema de ellos es que tan solo son niños, y no son conscientes de que su lugar no es ese, de que no deberían soportar esas condiciones, porque son realmente inhumanas.

Las abuelas también gritan, aunque algunos intenten silenciarlas, gritan por ellas, que tuvieron que huir y construir sus casas de cero, y por los que vendrán. Gritan por su tierra y todo lo que se han llevado con ella.

Desde otro lugar gritan los exiliados, los que tienen que soportar las discriminaciones, de la gente de a pie y de las instituciones. Los que sufren cuando ven el silencio mediático, el vacío y la manipulación respecto a las noticias sobre su pueblo, su gente, un eterno conflicto.

Estos gritos de vez en cuando resuenan en las celdas de los presos políticos, de aquellos que su crimen fue alzar la bandera, documentar la realidad, defender sus derechos… celdas de torturas, de odio y rabia, celdas horribles, que no deberían de existir.

Todo el pueblo saharaui grita, pide ayuda, pero la velocidad y la indiferencia de occidente les silencia una vez más. Les silenciamos comprando el atún, los tomates y el pulpo de Marruecos, les silenciamos cada vez que apoyamos a una empresa que expolia el Sáhara Occidental. Les silenciamos y somos cómplices de las violaciones de sus DDHH.



Podría seguir contándoos situaciones, historias, incluso daros nombres y apellidos de cada una de ellas, porque son personas, con sus vidas, sus familias y sus sueños por cumplir.

A día de hoy, me sigue dando mucha rabia y me pone muy triste que estas cosas sucedan y que la gente mire hacia otro lado, he aprendido a utilizar toda esa ira, rabia e incomprensión como cambio social y esperemos que transformador.

Llegará la noche y yo me volveré a hacer la misma pregunta de siempre, ¿dónde están los DERECHOS HUMANOS?

Por: Nuria Soriano Ortega

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