Encarnados en Miguel Hernández nos aparecen con frecuencia los vocablos libertad, amor… El poema "Tristes guerras" sintetiza el aprecio del poeta a estos valores: Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes. Tristes. / Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes, tristes. / Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes, tristes.
Pero el poeta oriolano vivió la guerra y en la guerra se mata o se incita a matar. El veintitrés de enero de 1937 en el periódico Al Ataque, bajo el título "El deber del Campesinado" escribía Hernández: A vosotros, campesinos, corresponde ocupar el lugar primero en los puestos de combate. A vosotros pertenece la salvación de España. Cada baja que ocasionéis al enemigo, es un palmo de tierra que se libra de tiranos y de imposiciones. Cada muerto fascista, es un montón de estiércol que tenéis para las cosechas venideras. ¿Qué abono más fino podéis desear para vuestros cultivos? Que caiga principalmente sobre vosotros campesinos, la gloria de ahogar en las trincheras al fascismo, como ha caído siempre la de ahogar en los surcos a la cizaña.
Es la voz violenta de la guerra, correspondida en el otro frente por otra voz violenta de la guerra. Así, la de José María Pemán: Los incendios de Irún, de Guernica, de Lequeitio, de Málaga o de Baena son como quema de rastrojos para dejar abonada la tierra de la cosecha nueva. Vamos a tener, españoles, tierra lisa y llana para llenarla alegremente de piedras imperiales.
Dos autores, la misma historia –estiércol, cosechas, abono, cizaña, rastrojos…– en la misma guerra. Donde todos lobos. Todos lobos o… O casi todos.