Cartas al Director

50º Aniversario (V)

Desde la década de los 50, la embajada de Estados Unidos de América estuvo plenamente informada de todo acontecimiento que sucedía en suelo español

Ya lo dejé escrito en el artículo anterior: tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la recién creada O.N.U. no cayó en el engaño y vetó su presencia en ella a España por sus alianzas con los regímenes totalitarios vencidos e instó al aislamiento internacional de nuestro país.

Fueron los peores años de Franco en el poder ante la fuerte presión -aunque nunca para hacerle caer- de guerrilleros nacionales que regresaron envalentonados por contribuir a derrotar a las fuerzas nazis, sobre todo en Francia, y, creyendo ser la vanguardia para una pronta invasión aliada. Los partidos nacionales en el exilio también presionaban para regresar a la normalidad política republicana. Franco y sus más allegados dormían poco y mal.

Pero, primer jarro de agua fría; la ONU, como ya ha quedado dicho, se limitó al aislamiento internacional de España con la retirada de todas las embajadas y establecer enormes dificultades para enviar suministros de todo tipo lo que perjudicó muy seriamente a la población más desfavorecida que siguió subsistiendo con cartillas de racionamiento no siempre fáciles de conseguir cuando se tenían antecedentes políticos.

El segundo aldabonazo vino de la propia mano de EE. UU. cuando, en 1950 estalló la guerra de Corea y su administración valoró positivamente la ubicación geoestratégica de España; dicho y hecho, las diplomacias comenzaron a estrechar intereses con el anticomunismo soviético como elemento común y todo se resolvió cuando España salió paulatinamente del aislamiento: a finales de 1950, España se integró en la F.A.O.; en el siguiente año, lo hizo en la Unión Postal Internacional, la Organización Mundial de la Salud y en la Organización Internacional de la Aviación civil; en 1952, en la U.N.E.S.C.O. y, finalmente, en 1955, en la Organización de Naciones Unidas que abrió las puertas al Fondo Monetario Internacional, al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento y a la Organización Internacional del Trabajo. La democracia estadounidense -y sus aliadas europeas- salvaba a un régimen totalitario que, ahora sí, sabía que iba a durar eternamente. El punto de clímax se alcanzó en 1959 con la llegada del presidente estadounidense Eisenhower recibiendo por Franco con abrazos fraternales. La desolación y decepción fueron inmensas para quienes estaban en el exilio.

Ahora bien, la nueva amistad no fue gratuita. Cierto es que comenzó a llegar más alimentos -fue muy popular la leche en polvo que tanto necesitaba la población infantil-, suministros industriales y agrarios, además de financiación con dólares que sirvieron, entre otros asuntos, para adquirir armamento más actualizado -aunque de segunda mano- que el que poseía el Ejército español, todavía anclado en los años bélicos ya pretéritos; a cambio, se instalaron bases militares estadounidenses en Zaragoza, Torrejón de Ardoz, Sevilla, Morón de la Frontera y Rota, esta última naval. Más de 7.000 soldados -con sus familias- vivieron en estas bases.

Franco daba el visto bueno a la aproximación de España al bloque liderado por los EE. UU., pero no pudo hacerse con las innumerables ventajas que un acuerdo entre dos soberanías llevaba implícito, tanto es así que, la renovación de los pactos en 1962 sólo supuso para España su derecho a consultar con Estados Unidos en caso de amenaza exterior, mientras que Estados Unidos podía hacer uso libre del material bélico existente en las bases cuando así lo estimase necesario. El lema franquista España: Una, Grande y Libre, quedaba seriamente en entredicho.

Desde la década de los 50, la embajada de Estados Unidos de América estuvo plenamente informada de todo acontecimiento que sucedía en suelo español sabiendo aprovechar esta información para sus intereses propios.

Por: Fernando Ríos Soler

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