Lo que pienso de

El espíritu festero

Lo que más me gusta de este mes de agosto es lo relajada que está la gente, o al menos eso me parece a mí. Es como si todo el pueblo se hubiera tomado una valeriana; no se habla de otra cosa que de las fiestas, de la romería y del pasacalles. Hasta mi vecino el del primero, que todos ustedes saben que es un escuerzo, en el mes de agosto le cambia la cara.
Fíjense que el otro día estábamos haciendo una limpieza a fondo de la escalera, salió del piso y nos dio los buenos días, cosa rara en él, que suele pasar por delante de ti emitiendo una especie de gruñido como el que hacen los perros cuando se ven. Aunque el saludo amable le duró poco, porque en cuanto le dije si nos echaba una mano a limpiar la escalera le volvió la cara amarga que mantiene todo el año, y nosotras, por no estropearle la cara, le dijimos que no se preocupara, que la faena ya estaba prácticamente rematada. En cuanto le soltamos esto la cara se le iluminó; imagínense que salió a la calle y volvió al rato con un litro de horchata para que nos la bebiéramos las vecinas. En los treinta años que llevo viviendo en el edificio es la primera vez que el del primero nos invita a algo, ni cuando hemos hecho alguna reunión de la escalera en su casa se ha dignado siquiera a sacarnos un vaso de agua, pero la otra tarde nos dejó a todas “escuajás” cuando lo vimos entrar con el litro de horchata, los vasos de plástico y las pajitas envueltas en una servilleta.

Pero la cosa estuvo a punto de torcerse por culpa de la del cuarto, que es bastante fresca. Nada más verlo entrar con la horchata no se le ocurre otra cosa que preguntarle si las chufas de Alboraya las riegan con agua del Azud de la Marquesa. El del primero, que es muy suspicaz, enseguida se puso en guardia y le soltó que con el agua esa no se riega nada, que es pura mierda y que nos vamos a enterar cuando llegue aquí, si es que llega. Yo, como me veía venir que de seguir así la conversación nos íbamos a quedar sin horchata, enseguida desvíe la conversación con la frase mágica: “nos os pongáis a discutir, que estamos en fiestas”. Y mira, como si hubiera dicho un palabro de esos que dice Harry Potter, enseguida desviaron el tema a los asuntos de fiestas. Lo típico:

-¿Has recogido el chaleco de marrueco de la tintorería?
-Si yo lo llevo nada más terminar las fiestas, así me lo guardan en la tintorería todo el año.
-¿Y este año sales con la escuadra especial?
-No, este año descansamos.
-Pues el año pasado os llevasteis un premio, ¿no?
-¡Qué va! Se lo dieron a los otros de mi comparsa que tienen mano en la Junta Central.
-Si está todo amañado, tendrían que quitar los premios.
-La verdad es que sí.

Hay que ver cómo el espíritu de las fiestas, que debe ser pariente del espíritu navideño, lo inunda todo y hace que las relaciones, al menos durante el mes de agosto y los primeros días de septiembre, sean más llevaderas, al menos en mi escalera, que entres a la hora que entres durante estos días, lo único que escuchas son pasodobles y marchas moras y un olor a lejía por todos los sitios. Qué pena que no sea siempre así, no tanto por lo de la música como lo de la limpieza de la escalera, y sobre todo por la mejoría de cara de mi vecino el del primero.

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