El Ordenanza

El Ordenanza. Capítulo 2

Lunes, 8:20 a.m.

Avelino avanza, con paso ágil, por la callejuela que desemboca en la plaza principal. Sabe que llega con suficiente antelación, como es su costumbre. La ciudad está despertando y el aroma a café recién molido y a churros calientes llega a sus fosas nasales. Como cada mañana desde que consiguió la plaza de ordenanza del ayuntamiento, abre los portones del edificio y se dirige a su mesa, en recepción, para ordenar el correo.

Lunes, 8:55 a.m.

Los nuevos ediles de la ciudad van llegando al edificio. Hoy, realmente, empieza el trabajo de la nueva corporación municipal y comenzarán a ser conscientes de cómo les va a influir la herencia del anterior equipo de gobierno: los aciertos y fallos, las glorias y las miserias que van a marcar el ritmo de los primeros meses de sus respectivas concejalías. Aun así, se les ve esperanzados e ilusionados, como lo reflejan las sonrisas en sus caras.

Lunes, 9:10 a.m.

–Avelino, ¿tiene usted la llave del despacho de Alcaldía?

–Lo siento, señor alcalde, pero la señora Moltó se llevó los dos juegos que había.

–Ya veo... ¿sabe usted si vació el despacho?

–Lo desconozco: ella personalmente nos denegó el acceso las últimas semanas.

–¡Vaya! ¿Podría usted intentar localizarla, por favor?

–Sí, claro. La llamo ya.

–Muchas gracias, Avelino.

Lunes, 10:55 a.m.

–¿Ha podido localizar las llaves, Avelino?

–He llamado varias veces a su casa y a su móvil, pero no he conseguido contactar con ella. ¿Sigo intentándolo?

–Creo que usted ya ha hecho mucho más de lo que debía, Avelino. Es una verdadera lástima que el primer gasto de la legislatura se deba a un enfado de patio de colegio. No sé por qué, tengo la impresión de que no nos lo va a poner nada fácil. Haga el favor de llamar a un cerrajero, Avelino.

Lunes, 13:15 p.m.

La perpendicularidad de los rayos solares hace que, cualquier atisbo de sombra, sea acogido con alivio por los transeúntes que ralentizan el paso al alcanzar la acera sur de la plaza. La escasa brisa que, a estas horas, pueda correr entre las distintas bocacalles de la plaza son aprovechadas para tomar aire y reemprender la marcha por el árido asfalto de las calles de la ciudad.

Un automóvil grande y lujoso hace su entrada en la plaza por la única vía que tiene acceso directo a vehículos a motor. No hay aparcamiento a la vista, por lo que el coche se detiene en el reservado a las autoridades.

De su interior sale una mujer de unos 45 años que, vestida impecablemente, dirige el sonido de sus tacones a la puerta principal de la Casa Consistorial. Es la señora Moltó que, con paso firme, entra en el edificio. El ordenanza le sale al encuentro:

–Señora Moltó, buenas tardes. Llevo toda la mañana intentando localizarla.

–He visto las llamadas en el móvil.

–Verá: la llamaba por las llaves del despacho de Alcaldía...

–¡Oh! ¿Y me llamas a mí? ¡Yo ya no soy alcaldesa, Avelino!

–No se azore usted, señora Moltó, ya hemos llamado a un cerrajero y está solucionado.

–¡Vaya! ¡Primer “debe” de la legislatura! Bueno, voy a hacer unas cosas. Buenos días, Avelino.

–Buenas tardes.

Avelino descuelga el auricular del teléfono y marca la extensión 110. Espera unos segundos y una voz masculina contesta al otro lado del hilo:

–¿Sí?

–Señor Alcalde, la señora Moltó acaba de llegar.

–Gracias, Avelino, aunque creo que ya no nos hace falta, la verdad...

–Si me lo permite, creo que no debería haber pagado usted al cerrajero.

Avelino, no hay necesidad de dar más publicidad a este asunto tan “berlanguista”. Es bochornoso que los ciudadanos tengan que asumir estos gastos tan ridículos, sobre todo si son producto de una pataleta electoral.

–Así es, pero lo justo sería...

–… lo justo sería que los políticos nos limitásemos a comportarnos como decimos en campaña que vamos a comportarnos que, además, es bastante fácil.

–Y, por favor, Avelino, que no sepa la mano izquierda...

–Descuide.

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