El Volapié

El salto de la rana

Por efecto de la crisis, muchas de las personas que antes iban a los toros sin ser aficionados –una verdadera masa– han dejado de asistir. La cara es que algunas empresas están reconduciendo sus iniciativas para atraer a los buenos aficionados y la cruz es que todos los números se están viendo considerablemente reducidos: Festejos, ganaderías, toreros, novilleros, empresarios, público y beneficios. Que sea para bien.
La excepción a esto que cuento la lidera Manuel Díaz “El Cordobés”, buena persona y torero heterodoxo que sigue llenando las plazas de público que no entiende de toros a los sones de su salto de la rana.

Y sobre el salto de la rana, Peter Senge –un exitoso gurú– construyó en los 90 una parábola cuyo eco ha llegado a nuestros días. Ni el gurú tiene que ver con los toros ni El Cordobés engaña a nadie, pues quien acude a verlo sólo espera ver lo que el diestro le ofrece.

Afirmaba Senge que si pones una olla a hervir, si al producirse la ebullición colocas una hoja en el agua y si sobre esta posas una rana, el batracio dará un triple salto mortal con tal de salvar su vida. Sin embargo, si el experimento lo practicas sobre agua fría y le vas incrementando la temperatura paulatinamente hasta llegar a los mismos 100ºC, el anfibio no advierte el peligro y termina por morir cocido.

Sin entrar en más detalles sobre la crueldad del ejemplo o lo antitaurino que sea el salto de la rana, el corolario ilustra con claridad sobre los riesgos que asume quien no sea capaz de adaptarse a los cambios.

Desde que estalló la madre de las crisis, ya ha transcurrido más de un lustro que ha supuesto la revolución económica de mayor magnitud en tan corto espacio de tiempo y cualquier método que se haya empleado con anterioridad para la organización de ferias y corridas, así como para clasificar al público, aficionados, abonados, etc. que solían ir a los toros, apenas sirve para nada más que para equivocarse.

A esos a quienes de los toros sólo les interesaba la bota de vino, están fuera de la cartera de clientes porque no pueden pagar una diversión tan cara y tan nimia. Pero quienes son aficionados y de verdad están interesados por la Tauromaquia, estos están más informados que nunca. Paradójicamente, mucho más que lo se podría haber pensado antes del comienzo de la crisis. Pero además de estar bien informados, son exigentes, variables y son capaces de estar a dieta pero un día darse una jartá.

La pérdida de festejos es irrecuperable y en las pocas corridas que se celebren tendrá que primar la calidad abriendo huecos en los carteles a los extraordinarios toreros que se hallan fuera del G10, incorporando ganaderías que aporten la riqueza de la variedad de encastes y promoviendo el acceso a los tendidos.

Para aquellos empresarios que no reaccionen sólo quedará el salto de la rana, sea de la olla o sea de El Cordobés.

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