La Rockola de Fernando

El último, por favor

Vivimos la vida rodeados de un halo de increíble inmortalidad, apurando en la medida de lo posible (y a veces de lo imposible), todos los placeres que la vida nos depara. Nos creemos eso de que fuimos hechos a semejanza de Dios, tan a pie juntillas que somos capaces de pensar que somos eternos, o al menos, de ni pensar siquiera en que no lo somos.
Nos imbuimos desde jóvenes en una falsa, pero real creencia de que la enfermedad es aquello que les ocurre a los demás y contemplamos, con suerte durante años, desde la barrera de sombra y en preferente, las enfermedades que van ocurriendo a todos los que tenemos alrededor. Lamentamos, comentamos, lloramos y todo lo que haga falta, pero siempre pensando que a nosotros jamás se va a acercar la enfermedad. Sin embargo llega un día en que llega, un dolor en el pecho que te indica que algo va mal, que algo no funciona y entonces se te desploma todo ese castillo de naipes, que habías construido durante toda una vida, en torno a tu salud de hierro y a tu parentesco más cercano con todos los dioses posibles, fueran estos de la religión que fueran.

El resto es sencillo: la llegada a un mostrador de urgencias y la activación de lo que ellos llaman un código uno o rojo, esto es, que no admite espera ninguna. A partir de ahí, una vorágine de movimiento que, a pesar de los esfuerzos del personal por hacerte llegar una impresión de tranquilidad, no logra sino ponerte más nervioso haciéndote ver que no, que no eres Elliot Ness, que no formas parte de los intocables ni perteneces a ningún Walhalla, Olimpo, Paraíso, Cielo o Nirvana, no. Te llamas Juan Español, eres de un pueblo de España y si nadie lo remedia, igual mañana no necesitas afeitarte.

En cuestión de minutos ves cómo tu cuerpo se ve invadido por pinchazos, cables y pastillas. Te ves conectado a maquinas de esas que solamente habías visto en las películas y creías que eran invento de algún atrezzista con mucha imaginación, mientras las voces amables no paran de decirte que no te preocupes, cosa que tu eres incapaz de hacer. En esos momentos te acuerdas de todo lo visto y leído al respecto. Te acuerdas de un montón de personas que están o han estado en tu vida. Mentalmente te despides de muchos de ellos y, si eres algo creyente, hasta de manera silenciosa elevas alguna plegaria por si acaso aún es tiempo de arreglar algo.

Conforme pasa el tiempo y los medicamentos que te han suministrado empiezan a hacer efecto y te vas calmando, empieza la segunda fase, que no es otra que la de recordar todo lo que has hecho y que no debías de hacer y ahí empiezas a recordar el tabaco, la falta de ejercicio, las pantagruélicas comidas, las copas hasta altas horas de la madrugada, las discusiones por cualquier motivo, las preocupaciones a cuenta de cualquier cosa y así un largo etcétera, que te hacen ver que eso de que es el destino el que te lleva y te trae, pues que sí, que va a tener algo de razón, pero que tu tampoco le has ayudado mucho que digamos.

Ya más calmado y controlado, la tercera etapa es la del año nuevo, esto es, el empezar a hacerte rápidos propósitos a costa de tu futura vida. Adiós alcohol, comida sana, nada de comilonas interminables, tomarte la vida más a la ligera, trabajar menos y otro largo etcétera más o menos como el del párrafo anterior. No ha habido ni las doce uvas, ni el brindis con cava, ni las campanadas, ni besos ni felicitaciones, pero los propósitos ahí están, firmes por lo menos… hasta que se te pase el susto.

Luego ya lo habitual: pasar a planta, dietas sin sal, medicaciones y controles, televisión funcionando por monedas y esa repentina familiaridad con el personal de enfermería, como si en lugar de estar ahí dos días, llevaras dos años, en plan vacaciones y con el todo incluido. Las visitas, los amigos, la familia, el médico con el diagnóstico y el paso por quirófano, para ponerte el remedio y evitar, por esta vez, tu paso al otro lado.

Así que esta vez, no entras. Te has quedado en la cola y preguntando “¿el ultimo, por favor?”, y ahí esperarás el tiempo que te corresponda, hasta que alguien muy arriba o muy abajo, nunca sabremos, decida que ya es tu turno y si, el siguiente y bienvenido a la eternidad.

Con todo mi agradecimiento al personal de Urgencias, sala de observación, celadores, personal de enfermería de la segunda planta A, cardiología, ecografía cardiológica y cirugía coronaria del Hospital de Denia. Ellos han hecho posible este artículo.

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