El Ordenanza

Extensión 230

El Ordenanza. Capítulo 70

Escena 1

  • Buenos días, Avelino. Le traigo los papeles que faltaban para lo de la sede de la Coral. ¿Está el alcalde?
  • Buenos días, don Federico. En estos momentos, el alcalde no puede atenderle pero, si llama a la extensión 230 en el teléfono del Ayuntamiento, le darán cumplida información y la cita pertinente.
  • Pero, ¡es que necesitamos una solución urgente! ¡No tenemos sitio para ensayar!
  • Si quiere, me puede dejar aquí los documentos y se los entregaré yo mismo al señor alcalde lo más pronto posible… pero llame y pida cita, que es lo más aconsejable, por favor.
  • ¡Pero es que contesta una máquina y me saca de quicio!
  • Pues aproveche y grítele a ella, don Federico. Seguro que no se va a inmutar.
  • Y, seguro que, alguno de los miembros de su coral, tendrá un local que ustedes, con buen criterio, podrían adecuar para unos cuantos ensayos, mientras se gestiona lo suyo. Hay mucho que atender…
  • Preguntaré a ver… ¡nunca se sabe!
  • Y ahora, si me disculpa…
  • ¡Claro, claro! Aquí le dejo la carpeta, Avelino. Gracias y buenos días.
  • Buenos días, don Federico.

Escena 2

  • ¡Buenos días, Avelino!
  • ¡Hombre, Paco! ¡Cuánto bueno por aquí! ¿Le puedo ayudar en algo?
  • Querría ver al alcalde pero entiendo que, sin cita previa, no me va a poder atender.
  • Es mejor que pida usted cita, Paco. Ya sabe… extensión 230.
  • Ahora llamo.
  • Pero si le puedo echar una mano…
  • Bueno… es una tontería… simplemente era por decirle que los accesos al parque del Pinar de Galdós han sufrido un ataque vandálico y… bueno… entre otras cosas y pintadas ofensivas, han dejado una roca enorme en la rampa para discapacitados. No hay quien pase por ahí en silla de ruedas… ¡ni un carrito de bebé!
  • ¡Oh! No se preocupe usted, Paco, yo me encargo de todo.
  • Pues… gracias y buenos días, Avelino.
  • Gracias a usted, Paco. Buenos días.

Escena 3

  • Buenos días, Bea.
  • Buenos días, alcalde. ¡Por fin doy contigo! ¿Cómo va todo?
  • He tenido épocas mejores, créeme…
  • ¿Sabes algo de la subvención del Ayuntamiento?
  • Todavía nada. Esto del Covid lo ha empantanado todo.
  • Ya… a ver si pudieras verlo cuanto antes, que necesitamos la pasta ya.
  • Lo sé…
  • El albergue tiene un gasto elevado cada mes, unos 5.000 euros sobre el montante total de esta subvención… pero necesitamos hasta el último céntimo.
  • Entiende que, ahora mismo, el destino de los animales que acogéis allí, no es una cuestión de urgencia social de primera división. A la gente le gustan los perricos y los gaticos en el Facefull, pero luego na de na. Sinceramente, debéis haceros visibles. Organizad cosas para que todos sepamos qué se hace en el albergue… que no solo es bonito: es fundamental. Sabes que hago todo lo posible para que os llegue toda la ayuda necesaria y que siempre puedes contar conmigo.
  • Entonces… ¿Organizamos un festi de rock and roll en beneficio del Albergue? Podría llamarse Festipatas 3…
  • ¡Ya me estás liando, Bea! ¡Llama a la extensión 230 y pide cita, como todo el mundo, jodía!
  • ¡Vaaaale, vaaaaaaleeeee! ¡Cómo se pone el tío! ¡Y eso que voté por ti!
  • Socia, que el voto es secreto…
  • … el mío ya no… jajaajajajjaja
  • Tranquila, no utilizaré esta información para el mal jajajajajajaja
  • ¡Enga, bonico! Te dejo con tus obligaciones de alcalde. ¡Nos vemos pronto!
  • ¡Ciao, bambina!

Escena 4

La luz que se hace presente a esta hora por la ventana de la alcaldía es cálida, siempre y cuando uno esté a la parte de dentro del inmueble, porque suele correr una brisa fría y fina, de esas que cortan el labio que, miren ustedes bien, es una cosa buena que tiene esto de andar con la mascarilla todo el día: que uno pasa menos frío en el bozo y, quieras que no, también camufla debidamente los líquidos nasales cuando aprieta el frescurri.

El caso es que hablábamos de la luz que se filtra, sedosa y afrutada, por el cristal que divide la alcaldía y el frío antes mencionado. En su andar, casi vespertino, los tibios rayos solares rozan la mesa de un alcalde imbuido en un tifón de sensaciones, aunque la que predomina sobre las otras es un… como decirlo… estar hasta las pelotas de todo y de todos.

Resuelve hacerse fuerte en su postura y cruza las manos bajo la nuca y, justo cuando va a subir los pies en la mesa (y que se joda Marchena), unos nudillos golpean la madera de la puerta que, a su breve “adelante”, gira sobre sus goznes al tiempo que, al edil se le escapa un suspiro y Avelino entra en la sala.

  • Con su permiso… señor Alcalde.
  • Pase, pase, Avelino.
  • Parece que ha tenido una mañana movida.
  • Seguro que no más que la suya, Avelino. Siéntese.
  • ¡Pues no le digo que no!
  • ¿Sabe? Hoy no he podido almorzar.
  • ¡Oh, vaya!
  • Se me ha liado la cosa y, por unas o por otras, aquí tengo el almuerzo sin estrenar. Mire, que no es broma. ¡Aquí tengo el tupper!
  • Debe tener hambre…
  • ¿Usted ha almorzado, Avelino?
  • Apenas tomé un café que me trajo Vero, del bar. No he parado en toda la mañana.
  • Pues yo creo que le voy a meter mano. Llevo un rollo de col, relleno de salteado de quinoa, setas y mango que está de vicio.
  • Sí. Al abrir el tupper ha salido un aroma…
  • ¿Le apetece probarlo?
  • … me sabe mal…
  • Avelino, ¡esto nos lo repartimos usted y yo, como buenos hermanos en Cristo Nuestro Señor! Además, no hay mucho. Esto no nos quita el hambre.
  • Gracias, señor Alcalde.
  • ¿Lleva navaja?
  • Pruebe con el abrecartas.
  • ¡Voy!

Y nosotros, amigo mío, nos vamos a dar un festín de sabores y saberes con este temarraco pa mover las entrañas y algún que otro peroné, que el frío se quita bailando más que con la bomba de calor y es más ecológico. Reciclen.

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