El Ordenanza

Festiajo

El Ordenanza. Capítulo 5

–Tío, el sábado estuve viendo a las Capulla Sixtina en el Helheim. No había ni quince personas. ¡Qué lástima, joder!

–¡Vaya! Claro, programando conciertos a las 7 de la tarde no se favorece mucho a los grupos locales.

–Es difícil, porque los bares no son ONGs. Buscan beneficio y el tardeo se lo está dando, aunque sea a base de grupos tributo y bandas recurrentes.

–… tardeo... bonito eufemismo para actualizar las borracheras de tarde. Triste.

–Lo que no entiendo muy bien es por qué la gente se cansa de ver dos veces a un grupo local y no se cansa de ver al Raposo cada tres semanas, tío.

–Igual es que toca “Sweet child o'mine”, Juanjo (ríen ambos).

–¡Nadie se queja!

–Debe ser complicado tener un garito de conciertos.

–¡Claro! ¿Y tener un grupo es sencillo?¡Lo sabemos por experiencia!

–Pues ahora lo vamos a tener complicadillo para ensayar. El rollo de la alcaldía me quita demasiado tiempo.

–Oye, ¿por qué no montamos una sala de ensayo aquí?

–¿Aquí, en la Alcaldía? (ríe)

–Traemos la batería electrónica, los amplis pequeños y... ¡ruackenroul!

–¡Tu flipas, nene! Lo que sí he pensado, porque llevo rondando esto mucho tiempo, es en reutilizar las casas de los peones camineros como hotel de asociaciones, con salas de ensayo y eso, para que vuelva el asociacionismo al pueblo... aunque creo que está declaradas en ruina...

–Seguro que se nos ocurre una alternativa.

–¿Sabes? Este año, en los festis del Polideportivo, tocan tres grupos de aquí.

–¡Yeah! ¡Mola mucho esto!

–Sí, tío: debemos seguir apostando por las cosas que funcionan.

–No entiendo cómo puede haber gente que esté en contra, con el chorro de pasta que suponen para la ciudad.

–Cada uno ve las cosas de una manera.

–Deberíamos montar un festival de grupos de la comarca entre los dos festis, tío: ¡el Festiajo!

–¡Mola!

Escena 2

Al despacho del grupo de Moltó acaban de llegar cuatro paquetes.

De los becarios que trabajan en el ayuntamiento, Moltó se asignó a Susana Villar, una chica de 24 años, graduada en Ciencias Políticas. Ella ha sido la encargada de recibir los bultos.

Roberto Almonte, presidente de las Juventudes del Partido, acaba de llegar y encuentra la puerta del despacho abierta. Dentro, dando la espalda a la puerta y vestida con unos vaqueros ajustados y una camiseta de lino blanca, se inclina sobre una de las cajas para comprobar su contenido.

–¡Ostras, Roberto! ¡Qué susto me has dado!

–Lo si... siento, Susana. Buen... buenos días. ¿Estas son las cajas de las camisetas para el jueves?

–Sí, creo que sí.

–¿Las has visto?

–No, sólo comprobé que eran las camisetas.

–¿Has avisado a Nuria?

–No, no. Acaban de llegar.

–Descuida, ya la aviso yo.

Escena 3

En la ciudad se celebra uno de los festivales más importantes del país y es un hervidero de juventud, familias rockeras y heavy metal. Las calles, los supermercados, los bares y los comercios se llenan de camisetas negras, muñequeras de remaches y melenones.

Según la rueda de prensa del Teniente Alcalde, se estima un beneficio de unos cinco millones de euros para el municipio pero, como nunca llueve a gusto de todos, el partido de la oposición ha organizado una concentración en contra de la avalancha de rock and roll que sacude el consistorio.

Es a las 12:00 en la puerta del ayuntamiento y, aunque son las 11:20, hay muchísimas personas luciendo unas estupendas y gratuitas camisetas rojas, con la leyenda “STOP THE ROCK” en serigrafía amarilla, que Moltó ha hecho repartir. La mayoría son jubilados.

Por la callejuela que accede a la plaza por la esquina norte se ve llegar al alcalde. Los allí congregados no tardan mucho en avistarlo y no falta quien comienza a exaltarse.

–¡Alcalde, dimite, el pueblo no te admite!

–¡Menos conciertos y más trabajo!

–¡Arreglad los parques, ecologistas de mierda!

–¡Porrero!

El alcalde, que se da cuenta que pronto, se verá rodeado por una tropa de ancianos con camisetas rojas, aprieta el paso.

Tarde.

El griterío se intensifica y se encuentra en mitad de una rueda de improperios y empujones.

Intenta zafarse.

–¡Señores, por favor! ¿La manifestación no es a las doce?¡Son ustedes insaciables!

Un agente de la Policía Local, que se ha percatado del asunto, sale en su ayuda y, a trancas y barrancas, logran alcanzar la puerta de la Casa Consistorial.

–¿Está usted bien, señor Alcalde?

–No se preocupe, agente, sólo estoy flipando como un pepino. Muchísimas gracias.

Los manifestantes continúan voceando consignas a sus espaldas... así pues, imagine usted, apreciado lector, el grado de exaltación de la concurrencia cuando Acevedo y Moltó salen del edificio para unirse a ellos.

Escena 4

Son más de las 13:30. La manifestación ha concluido y los ánimos están calmados. A unos cien metros del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor, ha empezado el concierto acústico de turno. Entre el negro riguroso de las camisetas del público asistente, bajo el sol de mediodía de agosto, se distinguen numerosas camisetas rojas con letras amarillas... y es que no hay nada como pegar cuatro gritos en una manifa y verse un conciertico heavy gratuito para calmar los nervios, que todo fluya como debe fluir y los chakras se alineen.

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