De recuerdos y lunas

Fisuras internas

Sin dar la cara, nos destruyen por dentro. Lo hacen con sigilo. Con alevosía. En un principio, ocultas, se aprovechan de que la apariencia no denota todo el mal del mal. Pero cuando por lo que sea se revelan o se dejan ver o medio ver, suele ser demasiado tarde para ponerles remedio. Nos concomen sin darnos cuenta. Las muy cabronas son como la Rusca que devora la salud del partisano Bruno –Salvatore Roncone– en "La sonrisa etrusca" de José Luis Sampedro. Un cáncer. Una úlcera mortal. En Villena, plaga.

El martes cuatro de mayo, sobre las trece horas y poco más de trece minutos, se arruinaba un poco más la ruina de la Plaza de Toros. Y casi fue este desprendimiento, afortunadamente sin víctimas humanas ni perrunas, como revivir aquella "noticia" alarmante que nuestro hermano Aureliano Buendía ingenió cuando vivíamos en Villena.net. Aquella de cuando el ciudadano C.P.E. –no sé por qué pero estas siglas me suenan próximas– y su fiel perro Chester –"un precioso Yorkshire Terrier" nos precisaba el Buendía– fueron sepultados por diez toneladas de escombro mientras paseaban plácidamente alrededor del coso villenense, amo fumando y perro feliz, una tarde de septiembre de 2004, ya pasadas las Fiestas. Entonces, jueves dieciséis de septiembre en la ficción, y ahora, martes cuatro de mayo en la realidad, de atender la hiperbólica coplilla local, Villena será menos Madrid. Y decir que Villena será menos Madrid es decir que Villena es menos Villena. ¿Y son sólo daños materiales?...

Los técnicos arquitectos pronto emitieron informe sobre la razón del localizado desplome y, lejos la responsabilidad de las lluvias de entonces, lejos la culpa del temporal de aquellos días, lejos el haber prescindido de los tendidos y haber dejado el anillo canijo, los casquijos se debieron –así lo declaró concretamente el arquitecto municipal Julio Roselló– a una "fisura interna". Grieta oculta en la estructura que se ha dejado ver tras el desplome de parte de la misma. Ahí estaba la jodida como carcoma. Y a saber si estaba ahí polizona desde la inauguración misma de la plaza. Amagada en el bullicio del tendido cuando los tiempos gloriosos o escondida en la soledad de las aliagas cuando los malos tiempos del abandono. Hasta pudiera ser que yo me sentara encima de ella cuando alguna corrida de las pocas que fui o cuando el hombre bala del Circo Americano. O cuando el Bombero Torero. O cuando el Platanito. O cuando el Circo Ruso sobre hielo. O cuando el memorable concierto de rock que organizaron los Nazaríes... A lo peor ahí estaba desde su fundación royendo silencios, esperando el banquete de la desolación. Porque también la Plaza se nos desmorona por el desdén relajado en el tiempo que ha venido haciéndola cascarilla, casquijo de ladrillos, cales y arenas morunas. Las fisuras internas, fuente de nuestros males, son como úlceras que derivan en cáncer porque cuando se manifiestan, como decíamos arriba, denuncian una realidad aún más podrida que la apariencia en la realidad. Así, muchas veces, cuando se evidencia la enfermedad, ya es tarde para su remedio.

Y como la plaza, me dicen ahora los arquitectos de la política, también el PP y el PSOE locales padecen calamidad. La política local, también con sus fisuras internas, se nos desmenuza haciendo escoria de los hombres, engolfando lo que por servicio público debería ser todo honrado. La traición es fisura interna, navajeo sutil que aparta a los honrados y ocupa a los sinvergüenzas quienes como gangrena enferman los cuerpos que los sufren. Villena está enferma y o cura la gangrena de la división o la infecta será metástasis mortal.

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