De recuerdos y lunas

Herrumbres

Pisar una mierda es un accidente, olisquear el zapato para corroborarlo un gran error. La peste se perpetúa en la nariz y por más que se eche mano de colonias ahí queda instalado el tufo como bigote invisible de hedor, como mascarilla pestilente que tarda tiempo en desaparecer. Igualmente, enorme error, por no ser cívico ni solidario, es ir dejando pellas del excremento en los bordillos. Por aquí por allá, restregando la suela del zapato, extendiendo por doquier la porquería, haciendo de todos lo que el destino nos deparó intransferible. La mierda que pisas es tuya y sólo tuya. Privativa.

No vale echar la culpa de haberla pisado a los demás. Acaso al origen. Pero en su origen no estuvo el propósito de que tú la pisaras. Así que lo mejor es acogerse con resignación a la sabiduría popular y, lo primero, confiar en que lo que te ha pasado es augurio de buena suerte. Hay quien con optimismo y buen humor compra de inmediato lotería. Lo segundo, que para limpiarla lo más eficaz, si no se tiene una superficie con arena o gravilla cerca es limpiar la suela con un palo, con un trozo de teja o de azulejo. Esto si se encuentran cerca palo, trozo de teja o azulejo. La teja o el azulejo son ideales para la suela lisa, el palo viene muy bien si la suela es tipo kickers, acanalada. Cuando la suela es tipo kickers hay que considerar al accidente grave accidente. De cualquier modo, con palo, con teja o con azulejo la acción cabe realizarla, por lo dicho más arriba, distanciando los brazos de la nariz todo lo que se pueda. Mirando de soslayo. Como vade retro para eludir la peste.

Las ciudades se nos han convertido en grandes cagaderos. Por eso no es difícil pisar excrementos. Especialmente por las mañanas. Por las mañanas temprano salen los perros con sus amos a desahogarse. Si es verdad que cada vez hay más amos que portan bolsas, aún quedan quienes, las manos en los bolsillos o echando ávidas caladas a un cigarrillo, pasan de recolectar la siembra incontinente de sus mascotas. Así, poco más tarde, cuando las familias llevan a los niños a los colegios se ven obligadas a una gimnasia matutina, cagarruta aquí cagarruta allá, de skipping y zigzags. Como parkour urbano monotemático. Cagarrutas y orines. Orines que difícilmente pueden recogerse.

Los perros, como los grafiteros malos, los grafiteros malos como los perros, manchan las paredes de los edificios. Si los grafiteros malos lo hacen sobre superficies lisas, los perros especialmente se ensañan con las esquinas, pudriéndolas con el ácido de sus evacuaciones como pudren señales de tráfico y papeleras enrobinándolas en sus bases hasta quebrarlas. Así los edificios.

Hace unos meses un estudio de la Universidad de Alicante nos explicó un posible porqué del resquebrajarse los monumentos en Orihuela. El estudio, coordinado por Miguel Louis y Yolanda Spairani explica que la canalización del Segura, que quiso ser doma contra inundaciones, ha robado la esponjosidad a las tierras y que la tierra apelmazada hace ceder los cimientos. Sin reprochar ni una coma a los especialistas apunto desde mi ignorancia una intuición, una sospecha: la de que nuestras ciudades se nos hunden también por efecto perruno al calar las cáusticas micciones haciendo de los cimientos herrumbres. Es la venganza paciente de quienes consideramos sumisos y mejores amigos del hombre. Las cacas son sólo para despistarnos. Mientras las esquivamos o las pisamos, mientras las limpiamos, los litros y litros de orín de los perros concomen filtrándose las entrañas suburbanas. No menos que la desidia oficial. Que también.

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