El Diván de Juan José Torres

La corrupción es consecuencia del empanamiento político

Circula un chiste por las redes sociales que es un botón de muestra de la corrupción en nuestro país desde hace décadas, y dice más o menos lo siguiente: “Concurren a un concurso público, es irrelevante ahora para qué Administración Pública, tres empresas para realizar un trabajo. La primera es marroquí, cuyo coste es de tres millones de euros; la segunda es alemana, que expone que el servicio lo hace por seis millones, garantizando más profesionalidad y mejores materiales que la anterior; la tercera es española, quien asegura que el precio es de nueve millones: tres para el político de turno, tres para la firma española y otros tres para la empresa marroquí, que será la que finalmente haga el trabajo como subcontratada”. El chiste finaliza con el retórico “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.
La experiencia nos cuenta un día tras otro, por las portadas de los periódicos, que no existe la pura coincidencia y que se trata realmente de una triste realidad. Ayuntamientos, Consejerías Autónomas, Direcciones Generales, Empresas Públicas, están tentadas todos los días a obtener beneficios ilegales a costa de las arcas del Estado. La incitación es grande porque la ambición del ser humano no tiene límites, pero se magnifica cuando todo parece jauja y no existe el control, ni la fiscalización necesaria para que esto no ocurra: políticos y funcionarios que se tapan y protegen, justicia lenta, códigos penales obsoletos en un imperio de Leyes con vacíos legales.

No es cuestión hoy de culpabilizar por colores políticos, si azules, rojos, naranjas o morados, porque parece evidente, por puros razonamientos matemáticos, que introducir la mano en el cazo es proporcional a la representación que se tenga en las esferas del poder y, a más presencia en las instituciones, más posibilidades existen de delinquir. Y al respecto habría que recordar que no son suficientes las collejas desde la oposición al gobierno de turno, pues pocos están libres al acusar a otros de algo que ellos mismos sufrieron en sus propias filas. Por tanto la hipocresía, más que un aliado para erradicar esta lacra, se convierte en cómplice.

Tampoco basta una Ley de Transparencia, ni tan siquiera un Pacto Anticorrupción; no dejan de ser ambos una declaración de buenas intenciones. Además, los pactos referidos entre algunas formaciones políticas quedan en papel mojado por no seguir unos criterios unánimes que eviten la confusión; pues en unas comunidades, como Murcia, se rompe porque era previa esta condición sine qua non, y en otras, como Madrid o Andalucía, se mantiene el apoyo parlamentario, a pesar de aparecer nuevos casos de corrupción o no solventarse sospechas razonables. Desde que citó Pascual Maragall en el Parlamento catalán ese famoso 3% ha llovido mucho en este país y todo sigue igual: sobrecostes, adjudicaciones ilegales, evasiones de capitales y baile de fiscales para hacer la justicia más lenta e inhábil.

Se necesitaría un gran pacto parlamentario, hoy utópico e imposible, para corregir tanto atropello. Un pacto en el que, al margen de la acción judicial, se inhabilitara de por vida a los cargos públicos que han infringido la ley, una modificación de las leyes para que las penas fueran ejemplarizantes, una expropiación de los bienes si no se devuelve el dinero evaporado, pues el enriquecimiento patrimonial sin causas justificadas no es tan difícil de investigar, y un esfuerzo diplomático para que los Tribunales Internacionales puedan incidir en los paraísos fiscales.

Esto hoy es una pura quimera de la que se aprovechan los sinvergüenzas para seguir con sus actividades. Pero mientras no se ponga remedio de una vez por todas a esta espiral sin control, de mentiras y paños calientes, miles de sueldos seguirán congelados, la ley de dependencia seguirá sin aplicarse, las pensiones seguirán en la cuerda floja y temas como la investigación seguirán estando en pañales por falta de financiación, como ejemplos cotidianos.

De poco nos sirven los mensajes de recuperación económica si los dineros se nos escapan por los mismos agujeros de siempre. Sangrías económicas por los mismos boquetes que, habiendo buenas agujas y excelentes hilos, siguen sin coserse.

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